Published enero 31, 2017 by

Vergüenza y declive de Europa

Lo que son las cosas. Hubo un tiempo en que la prensa fue para mí un icónico adalid de libertad de expresión. El cuarto poder lo han llamado siempre. La efervescencia del minuto y resultado cada segundo nos empuja de forma involuntaria a masticar información en todo momento y de forma compulsiva, sin cocer, y dando por hecho la obligación a ser crudiveganos de la información. El resultado son muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas acojonante. Más que información, yo lo llamo complacencia (con quien les paga, o con quién gobierna, o ambas a la vez). Y es que el abajo firmante echa de menos ese periodismo de pluma y papel, el de currarse la información y dudar de todo y de todos, el de cuestionarse los porqués disponibles y que escribe sin el yunque sobre la cabeza de una palabra mal dicha o escrita que cercene el cabo que la sustenta. El periodismo de cortar cabezas, caiga quien caiga. De no ser así, no hubiese sido considerado cuarto poder. Es más que evidente que hoy ya no lo es. 

Verán. No sé si conocen el prólogo que escribió George Orwel en su Rebelión en la granja. Lo tituló «Libertad de prensa». Más parece un manifiesto con el que arremetió contra los que defendían una postura comunista y proteccionista. Aceptar una mentira afectaba, no solo a las novelas o ensayos que hablaban de política directa o indirectamente (querámoslo o no, la política está presente en cada idea), sino también a quienes cargan las plumas de reflexión y opinión independiente. La genuflexión reverencial hacia el poder, anulando cualquier posibilidad de razonamiento, significa congraciarse con aquellos que solicitan ese sacrificio a cambio del ensalzamiento de una idea enmascarada de verdad que nada tiene que ver con la realidad. Eso se llama totalitarismo. Y los que no se sumaron a los tentáculos de los totalitarismos, acabada la Segunda Guerra Mundial, acababan mal mirados o sentenciados. Esto es historia reciente. Tan reciente que la volvemos a revivir en estos tiempos modernos, casi copiada con papel de calco celestial. Palabrita del niño Jesús.

Llevo algo así como varias semanas leyendo y viendo titulares de la prensa de todo el mundo escandalizados por el muro que pretende construir el ínclito, despótico y (por qué no decirlo) subversivo antisistema Donald Trump. No solo por ese muro, sino por otras órdenes ejecutivas. No solo ha suspendido el Programa de Admisión de Refugiados durante ciento veinte días, también lo ha hecho con la entrada de ciudadanos de Irak, Siria y los países del llamado «área de preocupación» (Sudán, Irán, Libia, Somalia y Yemen) durante tres meses, apostillando que tendrán prioridad aquellos que profesen la religión cristiana. Éstas y otras tantas órdenes ejecutivas que escandalizan a la vieja Europa, parece que obliga a sus dirigentes a tomar posiciones al respecto. De algunos, con el presidente del reino de España a la cabeza, esperaba algo así: «todavía no ha hecho nada contra nuestro país, así que hay que dejarle trabajar». Los más hipócritas, como el ejemplificador Hollande como cabecilla de la troupe, comenta que «Europa debe responder. Europa no es proteccionista, Europa no es cerrada, tiene valores y principios». E incluso el alcalde de Berlín, en un ejercicio de cinismo, declara que «no podemos permitir que el señor Trump construya muros que separen. Nosotros los Berlineses sabemos de muros y lo que supone para los ciudadanos». Con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.

La «Europa no proteccionista, no cerrada, con sus valores y principios», permitió (y sigue permitiendo) el cierre de las fronteras por el llamado corredor de los Balcanes. No fue un decreto de tres meses ni de ciento veinte días de bloqueo: el tema lleva ya demorándose durante años. El instigador: Austria y la permisividad de Alemania y del resto de países dominantes de la vetusta Europa, que incluso amenazaron a Grecia con suspender el espacio Schengen que, por otro lado, se pasan por el forro todos los países con el beneplácito de Merkel, Hollande, y la madre que los parió. Sumamos las devoluciones y bloqueos por parte de Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Hungría, Bulgaria, Austria... Y la guinda de las declaraciones del ministro de inmigración griego: «no vamos a permitir que nos conviertan en el Líbano europeo». Así que en tierra de nadie (que es como decir Grecia) permanecen a día de hoy más de doscientas mil personas (la mayoría de ellos mujeres y niños) en campos de concentración modernos (los mal denominados campos de refugiados), muriendo de frío, hambre, sed, enfermedades (una epidemia acabaría con ellos como chinches). Dentro de apenas un par de años serán millones… Seres humanos que desafían a la muerte porque huyen de ella en sus respectivos países de origen, y no porque quieran echarse en brazos del capitalismo, como proclaman los ultranacionalistas. 

Ambos muros, el de EEUU y el de Europa, también el de Berlín (y el que separa Israel de Palestina, el que separa Ceuta y Melilla de Marruecos...) son ilegales según La Corte Internacional de Justicia (CIJ), según los Derechos Humanos, según el sentido común. Ya quisiera yo que los dignísimos ciudadanos europeos, jaleados por la prensa, saliesen a la calle a protestar y a manifestarse como lo hacen los ciudadanos estadounidenses, apoyados y mimados por el periodismo de allí. En modo alguno esto significa que aliente a abrir las puertas de par en par. Sin embargo, existen mecanismos (administrativos, políticos, estructurales...) de control que podrían regular y escenificar un parapeto que conforme una regularización de la inmigración; sírvase como ejemplo Suiza y verá las dificultades que encuentra para trabajar y permanecer allí el tiempo que le sea necesario.

Europa mira hacia EEUU con beligerancia ante una muy deplorable actitud de su mandamás. Vuelve a traer al presente el espacio ideológico y moral que dividió Alemania en dos y que se indigna ante las barras y estrellas como de un muro que ni siquiera es comparable al muro de la vergüenza que separa el este de Europa del Oriente próximo. Europa, la que «no es proteccionista, que no es cerrada, con sus valores y principios», la que sostiene una prensa inmediata que se acomoda al dictamen de las grandes corporaciones y casi inconscientemente da pábulo a todos esos totalitarismos modernos que se abren paso. 

La prensa en general (siempre hay honrosas excepciones) olvida cual su labor fundamental: informar sobre la verdad al desnudo, sin máscaras ni artimañas que adornen la realidad. Una verdad bien dicha. Informar sobre la realidad. Denunciarla. Una prensa que desvía la atención con complacencia hacia donde no debe y deja en el haber un déficit de refugiados de miles de millares. ¿Habrá peor muro que evitar decirle a la gente aquello que no quiere oír o leer y desviar la atención, sin una miserable reflexión, hacia lo que de verdad nos interesa o afecta?  Los bulos informativos, la intoxicación mediática, la normalización de la posverdad, las verdades a medias… muros infranqueables para individuos que creen navegar en yates lujosos y apenas si llegan a pateras sin salvavidas.

Aprovechar el despotismo de un cani vestido a medida con sedas y flequillo blondo de diseño hortera, no es un parabién que represente a la vieja Europa. Por una vez Rajoy, ése ínclito (y presuntamente corrupto) gobernante del reino de España, con su rígido cuello y sus problemas de logopedia, habla con sentido aunque nunca se le entienda bien del todo: «todavía no ha hecho nada contra nuestro país, así que dejémosle trabajar». Con el sentido que debe hablar un cobarde que prefiere mirar para otro lado, como bien tiene aprendida la lección que imparte la vieja Europa sobre los refugiados a todos sus dignatarios. Una Europa que parece no haber aprendido nada cuando acabó teñida de sangre y sufrió la vejación de un demente, que llegó al poder amparado bajo un discurso similar al del flequillo blondo, y que ni es capaz de enfrentar el nuevo despotismo iletrado de un bocazas sin fronteras, que despotrica contra el club de socios económicos que es la Unión Europea conjuntamente a su homóloga (también en lo despótico iletrada), la domadora del circo Brexit. Luego llegarán los lloriqueos cuando resurja la extrema derecha neofascista por los rincones.

Todos se esconden tras los titulares de la prensa, de una prensa que ondea al viento las breves palabras que más venden y más adeptos sean capaces de conseguir. Hablan a través de aquella, de su escudo protector. Y todo quedará, como siempre, en agua de borrajas, porque la prensa se ha acomodado bajo el paraguas de la noticia exprés, el titular que vende, el escándalo que le reporte más y mayores visitas. Cuando la prensa se percate de que los trajes de seda y la verborrea falaz de Trump no den réditos, a otra cosa mariposa. El tío Gilito sabe cómo dar de comer a las gallinas para que los cacareos resuenen en todo el mundo: márquetin digital moderno. Entonces, los de la vieja Europa, terminarán ciscándose encima y se mojarán los pantalones mientras miran para otro lado, o esconderán las cabezas bajo el suelo a la menor declaración altisonante que puedan turbarle en sus acomodados sillones de piel que presiden sus maravillosos escritorios de caoba, creyendo que nadie les ve porque no vieron nada. Porque en el fondo saben que no pueden enfrentarse a alguien que habla el mismo idioma.

Pero todo esto, y aquí meto a todos en el mismo saco (prensa, dignatarios, falderos, incautos, besamanos, abrazafarolas con aspiraciones borreguiles, buenísimos sin igual, indignados del mundo; sí, todos) acabarán pidiendo clemencia por el panorama desolador que está por venir. Porque esto de mirar para otro lado nunca le sale gratis a nadie. Hay dos motivos fundamentales por las que unas civilizaciones invadieron a las de su entorno: el fanatismo de lo divino (la religión) y la escasez de recursos (el hambre). Tarde o temprano, esos países masacrados por las escaseces de recursos fundamentales (agua, trigo, arroz…) acabarán por organizarse e invadirán todo aquello que les han negado,  o sustraído. Y lo peor es que son ejércitos individuales, sin miedo a perder nada porque ya lo han perdido todo. Y cuando a ese uno se le priva de dignidad y hasta su miedo muere de hambre, ese no conoce fronteras que puedan separarle de lo que le corresponde, ni espesos y altos muros capaces de pararle. Así ha sucedido en todas las épocas de la historia y así sucede en estos tiempos modernos, cuyo inicio de la debacle comenzó con el pistolero de Connecticut (George W. Bush) y su empeño por erigirse en una especie de nuevo Cristóbal Colón, con sus pretensiones de democratizar a base de bombas y metralletas camufladas bajo las cruces del buenismo cristiano como si descubriese tras el muro islámico un nuevo mundo para Occidente. Aunque el auténtico fin de la invasión fuese reponer con barriles de petróleo todo lo que perdió manejando las empresas de papá. El fin más que probable lo está construyendo el cani de la nueva política, el que se proclama a bombo y platillo como el adalid de un nuevo tiempo para la política, llamado por Dios para crear más puestos de trabajo que nadie sobre la tierra... probablemente para cavar tumbas y construir cementerios (y no hablo de manera metafórica). Va a hacer falta mucha mano de obra para limpiar el polvorín que va a levantar el abanderado de otros muchos borregos que van de la mano hacia la autodestrucción y que ese maniqueísmo que profesan no les va a amparar ante la debacle, porque hablan el mismo idioma.

Conclusión: «quien se ríe del mal del vecino, el suyo viene de camino». La prensa, por su parte, también ha de sentirse obligada a denunciar y presionar sobre lo que no se hace bien y mucho menos dejarse amedrentar por el totalitarismo de pacotilla, tan casposo como las películas de Torrente, que tanto me hace recordar al tío Gilito. Han de hacerlo por respeto a la profesión, por puro amor a la verdad, para contar las cosas como son y no con el único y claro objetivo de vender titulares por segundo para captar adeptos. Nunca ha sido tan peligroso para el periodismo la autocensura como en los tiempos en que vivimos.

La cobardía y la hipocresía de Europa pasarán factura antes o después. Y ni que decir tiene que aquello que inició el pistolero de Connecticut y acabará el cani del flequillo blondo de diseño hortera lo lamentará toda la civilización acomodada, que ahora le critica y condena con sus buenas intenciones, con su insultante desmemoria histórica y su despotismo iletrado. La libertad de prensa es la libertad de expresión. Pero ya lo dije antes. Esta efervescencia del minuto y resultado cada segundo, masticando información constantemente y de forma compulsiva, sin cocer,  que nos obliga a ser crudiveganos de la información, da como resultado muy malas digestiones y una falta de perspectiva real de las cosas acojonante. «Y si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír», sentencia Orwell. Esto es lo que echo en falta. Y también que el mundo comience a mirar hacia el humanismo con la única bandera que nos represente: la solidaridad.






© Daniel Moscugat, 2017.
® Texto protegido por la propiedad intelectual
    email this