Published abril 10, 2017 by

El furor equinoccial del cielo

Dos historias paralelas, diferentes, aunque gemelas entre sí, se unen a la sombra de este pequeño árbol del que brotan palabras, imbricadas con la savia que nace del manantial de la humildad, abrigadas por la nocturnidad y alevosía que la madrugada me otorga hoy involuntariamente: «juntos salimos de la patria un día; / por distintos caminos volveremos».

Me retrotraigo a la época cuando apenas comencé a leer y escribir correctamente en español. Nací en la pequeña localidad de Givors, a poco más de cincuenta kilómetros de Lyon. Llegué a Málaga sin apenas saber nada de Español a pesar de haber nacido en el seno de una familia española. Ni siquiera en el colegio se ocuparon de enseñarme correctamente o, al menos, preocuparse por mi adaptación. Así que ahí empecé a hacerme a mí mismo, iniciando mis andanzas por el sendero autodidacta que a posteriori hubo de ser el sino de toda mi vida hasta hoy.

Allá cuando gastaba doce primaveras llenas de verano, ensoñadoras de otoño y mordidas de invierno, escribí mi primer relato, mis primeras palabras como inventor de sueños. El escritor es un ser herido que necesita crear historias para no caer en la locura de morir en vida; necesita transfigurar la realidad y aprehenderla. Mi intención era escribir para muchos y amigarme así con el resto de los mortales, ayudarles a sanar de sus locuras y soledades, tal y como comencé a hacerlo, en principio, para mí mismo; más tarde comprendí que transfigurar la realidad era el método más elocuente de vivir, y que el secreto radica en que merece la pena con que tan solo un ser humano sea capaz de sentir un pellizquito por aquello que pusiste en el sentido de las palabras. Lástima que los avatares de la vida me arrancaron, vez tras vez, la posibilidad de educarme al amparo de las universitas y me obligaron a trabajar desde temprana edad para poder subsistir, sin posibilidad de compaginarlo con el crecimiento reglado intelectual. Aunque la vida me privó del academicismo, nada pudo evitar que royera libros por doquier para suplir aquella carencia, estudiando y aprendiendo por mi cuenta todo aquello por lo que sentí y siento curiosidad.

Poco a poco fui bifurcando el camino también hacia la poesía a pesar del rechazo de las editoriales y de los premios a los que en un principio aspiraba, aunque alguno que otro me otorgó las mieles del absurdo galardón, que solo sirve para crearte enemigos en la sombra más allá de la satisfacción personal. Perseguía infructuosamente abrirme camino en el mundo complejo de las letras, pues lo único que me otorgó la vida fue el aislamiento y el dolor, casi derrotado por los patrones de conducta que me dispensaban. A veces me vi rodeado de seres guarecidos por una felicidad inconmensurable, construida con ladrillos de paciencia y argamasa de esperanza abigarrada al dolor o a la desdicha, cosa que me ayudó a sobreponerme de cada caída.

Durante largo tiempo me autoexilié de todo y de todos. Abandoné las construcciones de otros mundos a base de palabras y el modelismo o el diseño formal de la transfiguración de la realidad a base de versos. La radio, ese extraño invento que parece recaudar los ecos que guarda el más allá para alertar las conciencias de los necesitados con sus voces, sus músicas y susurros, acompañaba mi nefanda soledad y me amparaba de la lluvia torrencial que me impedía buscar o emprender de nuevo el camino. La radio silenciaba la tormenta y la lluvia que repiqueteaba en el suelo como percusión ritual que convocaba los truenos y las centellas de tristezas ancestrales. La radio me salvaba de la espiral de locura, en definitiva, que la vida me otorgaba; era una carga ser testigo de cargo del mundo. Diría en otro tiempo que hablar por hablar sólo lo practican los seres de mínima enjundia, pero nadie habla por hablar en realidad: todo el mundo despliega las plumas de su conciencia en cada palabra concatenada con otra afín, dando sentido y colorido al plumaje de personalidad que comprende la experiencia humana, cual pavo real en su cortejo.

Me he visto siempre embargado por las desdichas de otros seres humanos, solitarios o indefensos por la inclemente soledad, individuos semiderrotados por otros patrones de conductas humanas más voraces, despiadadas y desgarradoras, esos que construyeron mundos y me ayudaron a mí a construirlos. También por seres tan sencillos como complejos que degustan una felicidad inconmensurable cimentada con ladrillos de paciencia y argamasa de soledad abigarrada al dolor o a la desdicha. Yo, un individuo como cualquier otro, me di cuenta que no fue bueno el camino del abandono de mí mismo, que un error puede a veces enmendarse con otro, que silenciar las construcciones de otros mundos con palabras y el modelismo o el diseño formal de la transfiguración de la realidad a base de versos fue una locura que tuvo afortunadamente buen remedio.
Así, después de tantos años, sigo con mis letras y mis mundos, y me dedico, aunque sea para unos pocos, para una minoría, y muy lejos de ambicionar alcance mediático, a hablar por hablar en mi blog. Y la radio, ese extraño invento que parece recaudar los ecos que guarda el más allá para alertar las conciencias de los necesitados con sus voces, sus músicas y susurros, sigue acompañándome ahora y al menos me ampara de la lluvia torrencial que me impide buscar o emprender nuevos caminos, aguardando siempre a que salga el sol y llegue una nueva primavera, llena de verano, ensoñadora de otoño y mordida de invierno. Para la primera persona que uno ha de hacer las cosas es para uno mismo, porque si no eres capaz de agradarte a ti mismo, jamás podrás agradar a nadie más. Así que me ha venido a la memoria esta pequeña síntesis tras la relectura de Catulo, y así termina este pequeño furor equinoccial del cielo. Me fui por donde llegué y por distintos caminos (y motivos) he vuelto.


XLVI(1)

CALIENTA ya la primavera el aire
y ya el furor equinoccial del cielo
céfiro templa con sus dulces soplos.
Las llanuras de Frigia ya abandonas,
Catulo, y de Nicea el suelo ardiente;
a las claras ciudades de Asia vuelas.
Ya el impaciente pie partir ansía
y cobra fuerza el excitado ánimo.
¡Adiós, mis compañeros de viaje!
Juntos salimos de la patria un día;
por distintos caminos volveremos.








© Daniel Moscugat, 2017.
® Texto protegido por la propiedad intelectual. 
(1) © Catulo, Poemas.
© Ediciones Plaza & Janes, SA, 1984
© De la traducción, introducción y notas, Mariano Roldán.
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