Published mayo 29, 2017 by

Las mascotas del siglo XXI

Como cualquier niño de cualquier barrio, soñaba con tener una mascota, un animalito simpático y cariñoso con quien compartir mi tiempo y espacio. En mi barrio convivíamos dos bandos claramente diferenciados: los que preferían los perros y los que anhelábamos los gatos. Era una cuestión de principios que se rompía tan sólo con animales en cierto modo impopulares y no por ello menos importantes, aunque sí en las preferencias: canarios, tortugas, cobayas, hámsteres… Pero, al fin y al cabo, todos opinábamos y soñábamos con tener un perro o un gato; entre otras razones, porque eran relativamente accesibles. Los más afortunados podían adquirir alguno, los menos tendríamos que esperar un «desafortunado» apareamiento que nos ofreciera la oportunidad de codiciar un ejemplar.

Era una cuestión de principios que subyacía supeditada a las posibilidades reales de cada familia y su solvencia económica. Un animalito suponía una boca más que alimentar, a pesar de que la mayoría se nutría de las sobras del día, y el horno no estaba precisamente para bollos sobrantes. Poseer una mascota era casi un estatus social (del mismo modo que lo es ahora disponer de un smartphone último modelo). Y así andábamos, «como el perro y el gato», discutiendo cuál de ellos era el mejor animal de compañía, el sempiterno debate sobre las ventajas e inconvenientes que ofrecían. Llegábamos a maquinar incluso el modo de obtener un ejemplar, por callejero que fuese; importaba un rábano el pedigrí, la raza o el estado en el que se encontrase. Lo importante era tener un reflejo de nosotros mismos, una extensión, una insignia para nuestro hogar, una señal que nos identificara…, una mejora de nuestro estatus.

Con el paso del tiempo, esos inicios carecieron de relevancia, hasta que llegó el tiempo en que lo habitual era contar con una mascota en casa: mal que bien cuidada y en gran medida acababan callejeando más de lo que debieran. Las mascotas pasaban a ocupar un segundo plano, tal vez debido a la responsabilidad que suponía (y supone) cuidar del animalito, tener que cambiar la arena (gatos) o sacarle a la calle a que hiciese sus necesidades al menos dos veces al día (perros), alimentarle, llevarle al veterinario (los que podían permitírselo), etc.

 La diversidad y la fácil accesibilidad dio pie a costumbres, así que lo que en un principio carecía de importancia, léase el origen de la criatura, pasó a ser una prioridad, esto es, inaceptable poseer un animalito sin pedigrí; eso quedaba para los menos afortunados o los económicamente menos estables o desfavorecidos (tal como sucede hoy con la tecnología). Entonces llegó el boom de las «marcas»: que si yo tengo doberman, que si yo gato de angora, y yo un yorkshire, y yo un persa, y yo un cocker spaniel... Lo curioso es que perdura hasta hoy el afán de símbolo de estatus social poseer una mascota «de marca» Y al poco tiempo, el ansia de alcanzar dicho estatus dio paso a que surgiese la ambición por reflejar nuestra propia personalidad en la mascota y apostillar así nuestro yo, considerándose csda cual un ser único y especial.

Se inició un triste y lamentable espectáculo que copa todavía las primeras portadas de la prensa, del mismo modo que calificaba el carácter malicioso y cruel del ser humano en general. Aquellos fantásticos «seres maravillosos» se veían abandonados en la calle a su suerte: ¿Porque era demasiado grande para ocupar un espacio en casa? ¿Porque el pobre animal necesitaba de unos cuidados especiales debido a cualquier enfermedad congénita, además del gasto que supone para la economía familiar? Lo que describe a pies juntillas la calaña del ser humano en general (no es adecuado generalizar, lo sé, la realidad tiene siempre matices, pero así se calibra el nivel de crueldad: como sociedad, no a nivel individual) era otra mucho más habitual y reconocible. Los regímenes económicos andaban serenos y nadando sobre la piscina del bienestar y la posibilidad de salir de vacaciones en familia quedaba reducida a sus miembros: el animalito no entraba en los planes endogámicos de satisfacción y esparcimiento estival… así que puerta. Destino: próxima gasolinera.

Con el paso del tiempo surgió el exotismo descerebrado e irracional de los replicantes, no sólo de este país, también del resto del planeta, por contagio febril, gracias a la magnificencia propagandística de las redes sociales. El poder adquisitivo permitió, no ya tener un perro, un gato, un canario, un loro, una tortuga o un hámster, sino cualquier criatura exótica, extraña o inverosímil que tratase de reflejar con aspectos más metódicos la personalidad del amo y señor de la criatura, que resultase ser el azogue de nuestra preferencia vital en esta vida tan superflua: con idéntico final que las mascotas convencionales. Sin embargo, las inocentes y exóticas criaturas generan cambios en el ecosistema natural de cada región, modificando el hábitat y poniendo en serio riesgo especies autóctonas que convivían en paz. En pocos años los hechos insólitos de abandono de mascotas en nuestra variopinta flora y fauna se propagan por doquier. La voz de alarma se cierne, no ya tan sólo con la constante aparición de vagabundos caninos y felinos, sino de saurios, aves, anfibios y demás criaturas salvajes que retornan a la naturaleza, mas no a las comunidades medioambientales a las que pertenecen. Actos de auténtico vandalismo ecológico que carecían de castigo penal y de total impunidad. Hasta pasada la primera década del siglo XXI, siendo tan laxa como inútil.

A pesar de continuar siendo tema candente, la ambición por la compañía de una mascota sigue acaparando tintes mediáticos y copando límites insospechados, en la gran mayoría de los casos infringiendo la ley y haciendo peligrar continuamente, sin que aparentemente suceda apenas nada para los grandes medios o consorcios de comunicación, los ecosistemas de todo el mundo. En cambio, desde hace apenas unos pocos años, ha surgido la explosión demográfica de una nueva especie mucho más destructiva y demoledora que cualquier otra especie fuera de su hábitat y que mucho me temo se asemeja a la nuestra más que cualquier otra. Ésta es quien mejor define nuestros gustos, nuestras apatías y alegrías, nuestras tristezas y menesteres. Poco a poco ha ido inmiscuyéndose en los hogares de todo el mundo, hasta el punto de que hasta en lugares remotos e insospechados, allá donde resultaría impensable su presencia, encontramos esta especie. Hoy en día es extraño ya no ver un ordenador personal, una tableta o un portátil en cada hogar, y no digamos ya un smartphone en el bolsillo de cualquiera, hasta de los preadolescentes. Un microprocesador, o más, para cada individuo, pues carece de importancia si se trata tecnológicamente de un móvil 3G o 4G, un ordenador portátil, un PDA, un navegador GPS… Lo importante es que un «bicho» de estos abrace nuestra vida y succione nuestro tiempo vital. He aquí lo importante, hacemos de él una extensión de nosotros mismos, copia fiel e inherente de lo que somos en realidad, donde registramos y compartimos nuestra privacidad a ojos de extraños que no conocemos, donde depositamos nuestra confianza y los datos privados más comprometidos.

En cambio, como era de esperar, surge un nuevo abandono que se antoja inevitable debido a su caducidad programada, no antes de las vacaciones, sino después, al regreso: cada año, nuevos modelos, nuevas capacidades, nuevos aires, nuevas tecnologías. Vemos cómo cada año, de septiembre a noviembre, se llena todas las plataformas de propaganda para que acudamos, en las fechas fatídicas de navidad, a los «pet-shops» de los centros comerciales, grandes superficies y demás aplicaciones de compras online de avaros consumidores al acecho de la mejor , o de la que mejor se adapta a las necesidades, como acto reflejo de su estatus social, real o soñado, puesto que sus anteriores compañeros se quedaron obsoletos o bien perecieron por «Alzheimer» prematuro. Esos desechados ocuparán un lugar en el ecosistema que no les corresponden. Y volveremos a caer en la trampa. Y volveremos a clamar como corderos al degüello: ¡hasta cuándo estas prácticas de abandono!.

Es un acto de la más infame cobardía que se repite cíclicamente y el tornado no parará, del mismo modo que no paran otros tornados de semejante calibre aunque de distinto matiz, hasta que sus ojos no tengan nada más que engullir y lamentablemente no podamos estar aquí para remediarlo y mucho menos para verlo.

Hace unos días, los ojos de una criatura, una de entre millares de descarriados abandonados, me miró, movió el rabito y me endosó sendos lametazos en respuesta a mis caricias. Abandonada la perrita a su suerte, su apariencia era de mascota bien avenida, de buenos cuidados, de uñas impolutas, de pelo brillante, cariñosa a más no poder, dócil, gentil y… abandonada. Una perrita semejante a las cientos de criaturas descarriadas que aparecen por todas las plataformas de protección animal. Sí, volverán las vacaciones y los abandonos, acabarán las vacaciones y las vidas de sus abandonados; también las de aquellos que murieron en casa de inanición eléctrica. Yo también volví a recordar mi infancia y mis ambiciones de niño por tener un minino y a rehusar ese sueño una vez más, porque tristeza me producían por entonces los animalillos despreciados por un destino turístico, por momentos placenteros, por instantes de esparcimiento que, al fin y al cabo, son efímeros.

Mi rabia para todos aquellos que apartan a un lado la existencia de un ser vivo para disfrutar de unas vacaciones, para los que renuncian a su responsabilidad con el ecosistema y voluntariamente lo contaminan abandonando de cualquier manera sus aparatos electrónicos. Cuando estemos en el ojo del huracán será ya demasiado tarde. Tanto como para aquella perrita: secuestrada por la perrera municipal, esperó con paciencia el día de su ejecución; al igual que nosotros, no lo olviden. Sólo nosotros podremos rescatar mascotas como aquella perrita, solo nosotros podremos rescatarnos a nosotros mismos de las garras tóxicas de las mascotas del siglo XXI.








Licencia Creative Commons
© Daniel Moscugat. 2006.
© Daniel Moscugat, revisión febrero 2017.
® Texto protegido por la propiedad intelectual. 
    email this