Published junio 14, 2021 by

Crónicas Marcianas


Cada poco tiempo, más bien cada año por estas fechas de asueto preveraniego, vuelvo a los clásicos de la literatura universal, según lo que haya deparado la temporada. Aprovecho para dedicarles tiempo y rescatarlos del tan temido olvido. Y en ello me hallo ya en estas fechas, adelantándome a la costumbre que acabo de inaugurar con las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Poco tengo que comentar de una obra que me produce, como el primer día que la leí, una especie de efecto espejo que me deja siempre en un estado de melancolía embargado por ciertos tintes de tristeza. Me reconforta nada de lo que hallo de confort en las reflexiones maestras del poeta de la ciencia ficción.

Ray Bradbury declama, en esta compilación de relatos, a cual más hilarante y mordaz, una fotografía que se me antoja más de actualidad que nunca. Sin necesidad de mirar al imperio globalizador de esta sociedad que hemos construido para autodestruirnos, voy a desgranar una sarta de absurdeces que, sin necesidad de salir de nuestras fronteras (y fuera no digamos), ya predijo el escritor estadounidense. Sírvanse ustedes mismos, según sus partidistas y sectarias orografías políticas y vitales, cómo encajar las piezas con lo que hacemos contra nosotros mismos con el fin único de imponer nuestro criterio a los demás, someterles para que obedezcan nuestra voluntad, o simplemente aniquilarles para allanar nuestro camino (es tan difícil en el fondo ser demócrata y practicante...).

Crónicas marcianas presenta a una raza humana desesperada por explorar otros mundos con el fin de salvarse de la decadencia y la problemática vital de continuar habitando el planeta con mínimas garantías. Llegados al planeta rojo, a grandes rasgos, hay ciertos escollos que ven difíciles de aceptar del ciudadano autóctono: el color de la piel y de los ojos, el enrarecido aire polvoriento y seco, una cultura y mentalidad diferentes, una filosofía de vida difícil de asimilar («Los hombres de Marte comprendieron que si querían sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por todas: «¿Para qué vivir?» La respuesta era la vida misma»). Por lo que el único medio posible de poder habitar (y no cohabitar) en el planeta rojo era someter o aniquilar a sus habitantes. Sin embargo, los marcianos consiguen, en primera instancia, a través del engaño o la violencia, rechazar los primeros envites de los terrícolas. Hasta que las propias bacterias y virus varios comunes entre los humanos acaban con ellos en poco tiempo.

El tsunami imparable de la raza humana empuja a despreciar tanto la cultura como el modo de vida marciano, aunque al igual que en cualquier expolio habido y por haber en nuestra Historia, un integrante de las muchas expediciones (Spender), queda tan impresionado ante tanta belleza, que siente la necesidad de defender el bastión rojo aunque costase la vida de sus correligionarios, algo así como un teniente John Dumbar en defensa de los sioux. Pero nada parará al ser humano y la colonización acaba siendo un hecho y se deja notar en todo el planeta rojo, cuyo parecido con la ancestral y natural civilización es puro cuento chino, convirtiéndose en una réplica de la vida en la Tierra.

Los afroamericanos, por su parte (si escribo negro puede que me tachéis de racista), pretenden desplazarse por millares a la tierra roja prometida, pero un supremacista blanco, cuya existencia ha sido un dechado de sufrimiento infernal para los descendientes del hombre de Grimaldi, ve que corre el riesgo de quedar sin sentido su existencia y luchará por evitar ese éxodo para así poder seguir infligiendo su decálogo supremacista contra los negroides.

El ser humano, asentado ya en Marte, ha prohibido cualquier manifestación fantástica, terrorífica o que incite o manipule el psique del prójimo, como hacían los predecesores del planeta colonizado, convirtiendo en gilipollez las relaciones humanas, cuidándose siempre de lo que decir, de cómo decirlo y de qué manera decirlo. Hasta unos misioneros llegados a Marte se cuestionaban si encontrarían nuevos pecados jamás antes conocidos en la Tierra. Lo que encuentran son marcianos que les invitarán a conocer un nuevo estado de gracia.

El punto de inflexión en todos los relatos se dirime en la exploración de las dos facetas que conviven simultáneamente en el corazón de nuestra especie, nuestros logros y fracasos, nuestras glorias y tragedias, virtudes y defectos; si bien es cierto que éstos últimos reciben más atenciones («¿Puedes reconocer lo humano en lo inhumano?» ─y el otro responde─ «Preferiría reconocer lo inhumano en lo humano»). Porque la principal diferencia de los marcianos con los terrícolas está en lo que han llegado a ser: todo aquello a lo que deberíamos aspirar («Renunciaron a empeñarse en destruirlo todo, humillarlo todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro»).

Todos estos cuentos tienen un trasfondo humanista, cincelado por un desarrollo poético narrativo, más preocupado por lo emocional que por la realidad marciana: su aire irrespirable, el entorno árido y extremo, la civilización ancestral... Ray Bradbury presenta a la raza humana como colonizadores orgullosos, arrogantes, maleducados, egocéntricos e irrespetuosos con la cultura nativa, con la cultura «diferente». Insatisfechos por la conquista, sometimiento y en ultima instancia aniquilación, se sirven de las huellas de su civilización para practicar puntería y hasta usan canales de agua como vertederos. Encontraremos, además, un espectro pesimista que nunca logra redimirse y cierra cualquier puerta a la esperanza. La tendencia autodestructiva del ser humano se filtra por las rendijas de cada línea («Nosotros los terrestres tenemos un talento para estropear las cosas grandes y bonitas»).

Podría seguir desgranando lo que significa el ser humano según las siempre, y sin embargo nada proféticas palabras de Bradbury. Pero sería una redundancia tan aburrida y cíclica como la realidad que nos toca vivir de Casados y Abascales, de Arrimadas y Sánchez, de indultos y violencias machistas, de Orbans y Merkels, de palestinos e israelíes, de blancos y negros, de orientales y occidentales, de Trumps y Putins, de guerrilleros y oenegés... Porque esta historia que hoy escribe el ser humano ya la escribieron hace muchos siglos, sin tecnología punta de por medio, los primeros ancestros que habitaron el planeta. Y a fuerza de autodestruirnos una y otra vez hemos llegado hasta aquí, a este siglo XXI, imponiendo autoridad y sometiéndonos unos a otros hasta llegar a un límite que no está muy lejos de desbordarse por el abismo de la nada y autoeliminarnos, en última instancia, de la ecuación de la vida en el planeta tierra y no tenemos atisbos de poder habitar Marte ni ningún Marte que valga.







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