Published octubre 26, 2021 by

Ande yo caliente...


«La hormiga es un animal colectivamente inteligente e individualmente tonto; el hombre es lo contrario». La memoria me trajo esas palabras de Karl von Frisch mientras observaba por enésima vez la actitud del conglomerado humano que aparece por el supermercado español y mucho español donde acudo a comprar habitualmente. Entrar al recinto me produce siempre un deje de aprehensión, que suele ir empañada de indignación, al ver cómo la gente abandona los carritos en el fondo del aparcamiento. Un flagrante pecado capital de absoluta pereza por ahorrarse la barbaridad de caminata de apenas veinte pasos para devolverlos al lugar que le corresponde. La dirección del supermercado decidió habilitar, en ese espacio huérfano, un receptáculo donde ubicar los carritos con el fin de invitar a los usuarios al orden. Y he aquí mi sorpresa: primero, premio para la pereza; segundo, porque el problema, lejos de solucionarse, continúa reproduciéndose del mismo modo, esto es, los carritos se amontonan de mala manera fuera de esa nueva ubicación... y también de las de siempre.

Podría ser este uno de los miles ejemplos que hablan socialmente de la raza humana, que tiene como especie la excepcionalidad de ser inteligente como individuo, pero eminentemente torpe y falto de escrúpulos como colectivo. No es de extrañar que nuestro cerebro haya menguado desde el pleistoceno. Al comparar la evolución de nuestra sociedad con respecto a la de las hormigas, según un estudio reciente, al parecer la adaptabilidad del tamaño del cerebro humano es proporcional a la eficiencia de este, y por eso su evolución natural es disminuir de tamaño para aumentar la eficiencia personal. Nuestra masa gris tiene vida propia y, según la información recibida, reflexiona por su cuenta y piensa: ¿para que necesito toda esta información que no necesito si no voy a comprenderlo ni memorizarlo todo y en nada me beneficia? De ahí que la falta de uso y trabajo, esa pereza extraña de rehusar lo que no nos sirve para el día a día aun siendo útil pars el colectivo, va minando nuestra capacidad colectiva de hacernos fuertes evolutivamente. Es algo que dejamos como legado a las generaciones postreras.

Las hormigas comparten con nosotros muchísimos aspectos de la vida social y laboral, aunque como sociedad nos saca ventaja. Sirva como ejemplo que, a pesar de que algunos individuos, y a riesgo de ser excluidos por su entorno social, cumplen religiosamente con su parte del trabajo (colocar las cosas en su sitio, respetar las normas de circulación, salir a la calle con mascarilla durante los meses mas duros y aún sin vacunar...), como colectivo somos un desastre: si no fuese así, quizá no estuviera amenazada nuestra existencia por el cambio climático. Que sí, que individualmente procedemos a aportar con nuestro granito de arena siempre y cuando no nos cueste perder la chaqueta con la llegada del invierno, pero apenas vemos que alguno que otro se saltan la norma y no percibimos que no arriesga a pasar frío por sus vecinos, procedemos a abrigarnos y a los demás que los jodan. No queremos que nos tomen por tonto... Sería inimaginable este comportamiento entre las hormigas y verlas destruir su hábitat con tal de sacar rentabilidad individual. 

Así que nuestro cerebro ha menguado desde el pleistoceno porque nos adaptamos... a lo cómodo, que es como decir a limitar nuestro conocimiento con lo que nos es útil para desarrollarnos como individuo. Quizás aún deberíamos aprender como colectivo lo que significa trabajar en equipo confiando plenamente unos en otros; en actitud abierta, sean de mayor tamaño, distinto color, forma o actitud individual; abiertos a todo el mundo y a adaptarnos a cualquier circunstancia en grupo; diligentes; y con capacidad de reagruparse sin un ápice de dudas cuando las circunstancias lo requieren... tal y como hacer las hormigas. De trabajar así durante la pandemia habríamos mitigado su azote mucho antes... y los carritos de la compra seguro aguardarían siempre en su lugar sin que nadie tenga que perseguirlos por doquier para ubicarlos donde le corresponden. Pero, la pereza nos puede, y la estupidez del individuo prevalece siempre por encima del colectivo en aras de su propio beneficio. Ande yo caliente... 








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