Published octubre 11, 2021 by

¿Os acordáis cuando las noticias eran aburridas? (y II)


Entretenimiento. La plebe quiere entretenimiento para escapar de la realidad cotidiana. Las noticias son hoy un entretenimiento más. Poco importa si son veraces o no. Si son de interés o no... Hasta las reproducciones de los vídeos virales de personajes mediáticos se convierten en primera plana de los medios de comunicación nacionales. Lo que importa es que dé juego, que se oriente hacia el interés frívolo de la expectación, que resulte espectacular, entretenido, y lo mismo sirva para conversaciones de taberna que para sazonar las reuniones familiares, que propugnen debates insustanciales. A menudo esto provoca que las mentiras se tapen con mentiras. Y para los mentores o creadores de expectativas y noticias su único bastión es el rendimiento económico: los «likes», los «retweets», los «clics», cualquier cosa que monetice el titular, por falso o torticero que sea. Vende más el dolor que la alegría, el escándalo que la honestidad, la mentira que la verdad. «No dejes que una buena noticia te estropee un titular».

Lo que menos podría imaginar es que, avanzado el siglo XXI, este período de asueto estival que ya nos dejó ha puesto de manifiesto que tengamos que estar defendiendo derechos logrados tras siglos de lucha, conquistas y democratización de la sociedad. 

La peor manifestación de la violencia machista, que tiene innumerables y macabros rostros, viene de la mano de la violencia vicaria: la de un monstruo que algunos nostálgicos (y sus hooligans acólitos) de otros tiempos, en los que se permitía y se premiaban actitudes de este calibre, siguen negando con una caspa y pasmosa locuacidad que produce hasta pavor. Ese discurso «intrafamiliar» de odio y desprecio hacia la mujer ha permeado en la finísima piel de quienes tienen por orgullo la bandera rojigualda, pero que con sus actitudes y su ignorancia vilipendian y demonizan la democracia, y por ende la Carta Magna. El ruido mediático de las niñas asesinadas quedó tristemente ensombrecido por el debate público de quienes siempre anduvieron de pella en pella faltando a clase de ética, moral y democracia. Insisten, con la venda rojigualda en los ojos, en negar la realidad e intentar imponer criterios ideológicos afortunadamente sepultados en Mingorrubio. Al  final, apenas rompió la ola sobre la orilla del verano y desapareció sobre la arena, las aguas del circo mediático pronto desterraron la macabra ejecución de un monstruo, indigno de llamarse humano, del panorama mediático y del espectro político: ni siquiera los del ático se molestaron en insistir para procurar el descanso de una madre que nunca lo hará mientras su pequeña continúe en el fondo del mar. Apenas el conjunto de la sociedad terminó por aburrirse de manosear el espectáculo dantesco, pasó a otro tema en lo que se tarda de cambiar de canal..., de muro, o de perfil.

Precisamente del fondo inescrutable del mar económico siguen saliendo cuentas y más cuentas del Rey emérito. Esa presunción solapada de acumular riquezas que nunca podrá gastar en vida, y que ni siquiera sus herederos quieren tocar por su origen dudoso, entristece sobremanera. De nada le ha servido el largo currículum de valiosísimos servicios ofrecidos a la patria, si al final de sus días el mar, en esa muestra honrosa de la que hace gala, saca a la luz desde las profundidades ese polémico afán por acumular riquezas de manera ilícita, en vez de hacer acopio del cariño de todos sus conciudadanos. Triste final para el jefe del estado de la transición, a quien se le reconocerá por sus incalculables trapicheos en vez de por sus impagables servicios al estado...  quizá malentendió que merecía rentabilizarlos y de ahí su meticulosidad para ocultarlo todo en la patria de bob esponja.

Triste final tendrá nuestro patio de vecinos cuando se es capaz de liquidar la vida de un muchacho que apenas comienza a vivir al grito de «puto maricón», «mereces morir, maricón» o «te voy a matar, maricón». Siempre son la misma calaña cobarde que se sienten «hombres» apalizando en manada a su víctima. Animales salvajes que se amparan en los resquicios de la ley para campar a sus anchas y destrozar todo lo que le moleste de la comunidad. Y el vecino del tercero derecha que siempre sale a interpelar a gritos para defender esas conductas y justificarlas con la biblia en la mano derecha y la patria con la siniestra. Así emulan a los enemigos integristas del otro lado del planeta que actúan con idéntico modus operandi, aunque con el escudo del Corán para justificar lo injustificable. En definitiva, el derecho a la libertad constitucional y democrática a ser como uno quiera, amar a quien quiera, vestir como quiera y pensar como quiera está cada vez más en tela de juicio. Y así, poco a poco, tacita a tacita, manifestación tras manifestación, jugosos titulares de prensa tras jugosos titulares de prensa, los índices de delitos de odio van en aumento mes tras mes, año tras año... y más pobres Samueles irán desfilando hacia el camposanto porque unos matones del tres al cuarto se reúnen valientemente en grupo para ajusticiar a los que no piensan como ellos, no visten como ellos, o no tienen sus mismos gustos, y además se sienten respaldados por el afán de los medios a publicar titulares grandilocuentes, alarmantes y provocadores que les reportan pingües beneficios... Todo un ejemplo de respeto, educación y democracia.

Una reflexión breve: que la sociedad islámica asuma los valores de occidente es algo que, por muchas insistencias invasoras que valgan, será inasumible siempre, pero que occidente asuma los valores islámicos radicales es, a todas luces, un hecho incontestable; los del tercero derecha, muy dados al matonismo chabacano y casposo de glorias enmohecidas de fascismo, ha asumido ese papel integrista radical que asume con un libro sagrado en la mano y con la otra saludando en alto al grito de «seig, heil». Dicho lo cual, creo que pocos análisis más pueden hacerse respecto de la «reconquista» islámica de Afganistán. Un drama humanitario y geopolítico del que aún no somos conscientes de sus consecuencias, pero que antes o después vamos a lamentar. 

Ese integrismo insurgente casero, que copia su proceder de los talibán, se inmiscuye y apropia de todo, o al menos lo intenta; hasta de los logros humanos de los Juegos Olímpicos. Señalan con el dedo a quienes critican su intolerancia y antidemocracia, o simplemente son críticos con sus discursos que no caben, por lo inflado que es siempre el helio populista, dentro del patio común de vecinos: el racismo, la homofobia, la xenofobia, el machismo y la intolerancia generalizada a todo aquello que sea contrario a sus versículos. Los Juegos Olímpicos nos dejan siempre éxitos y fracasos. Esta vez pareciese que sólo fueron éxitos a medias. Los decibelios y el ruido mediático de los titulares que buscan el morbo fácil, el escarnio y sobre todo la rentabilidad de los clics tapan la realidad y el sentido del deporte: la superación, el logro, el esfuerzo..., la confraternidad.

Sin habernos percatado, hemos sido testigos del peor verano de la historia, y a su vez el preludio de que todavía pueden llegar otros peores que este. Me gustaría ser optimista, pero cuando lo procuro la ciencia echa por tierra toda mi positividad: desde que se tienen registros, nunca antes el ser humano ha sido azotado por un verano tan singular y con tantísimos desastres naturales por fenómenos metereológicos. Hasta la corriente atlántica parece acercarse a un umbral crítico que provocará un desastre generalizado en la comunidad de vecinos, que nos abocará a cada uno a salir por piernas a ninguna parte, y todo ello desembocará en una ristra de consecuencias catastróficas que caerán una tras otra como fichas de dominó.

Me dejo para el final la aluminosis que padece el edificio de esta comunidad. Su estructura empieza a tener algunos visos serios de venirse abajo a poco que el integrismo vea oportunidad de meter cuñas en las areniscas de lo que fue en otro tiempo sólido hormigón. Van a hacerse una idea del histrionismo y esquizofrenia cuando vea cómo el máximo organismo que vela por los estatutos de la comunidad condena su propio estatuto de ilegal, e incluso los mecanismos de defensa creados por el propio estatuto los considera inconstitucional... El edificio se viene abajo en el tiempo de un parpadeo y no hay manera de encontrar un porqué: el vecino que pidió que se suspendieran los plenos de la comunidad de vecinos, por la llegada de los caminantes blancos, recurrió contra esa misma decisión al mismo tribunal, que a su vez suspendió los plazos de sus decisiones, que no se podía suspender los plenos, aunque en realidad ni se suspendieron, sino que se aplazaron, nunca se suspendieron (sólo los plazos de enmienda). O sea, que si la horda de caminantes blancos vienen a invadir la comunidad y se decreta un estado de alarma para evitar que entren en el edificio, aunque eso supusiese sacrificar derechos básicos, hay que ser muy Lannister para negar los hechos y sentenciar a favor de dispararse en el pie. Y la justicia, que mana del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, anda enfrascada en los tejemanejes que se tienen entre manos los del ático y el quinto derecha, y al resto de vecinos que nos den. Esta comunidad es la única en el planeta que ha decidido autoliquidar el estado de derecho por haber tomado las mismas medidas que otras comunidades contra los caminantes blancos, como la Guardia de la noche que liquidó a su lord comandante por salvar a sus enemigos de los caminantes blancos. Es que somos muy de la casa Lannister...

Pues sí, todo es consecuencia de que nos hemos hecho a la idea, y asumimos como algo habitual y cotidiano, premiar la irreverencia, la mezquindad, la pillería, la falta de decoro, el insulto fácil y los zascas, el déficit educacional, el «bulling» contra el débil... Todo sea siempre por premiar nuestro bando, y liquidar el contrario. En vez de observar las cosas desde todos los prismas posibles, calzarse los zapatos de los demás antes de alzar la voz, preferirnos dispararnos en el pie. A quién le importa las buenas noticias, las saludables, esas noticias que provocan sosiego y bienestar... esa basura no produce nada. Lo que provoca reacción visceral es que, sean falsas o malintencionadas, vayan cargadas de rédito económico potencial. Lo importante es que los titulares sean llamativos, que entretengan y saquen del sopor al populacho. ¿,Os acordáis cuando las noticias eran aburridas?... Las echo mucho de menos, porque al menos eran veraces. Aquello era saludable. 






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