Published febrero 06, 2022 by

Antes que ganar hay que saber perder


Está de moda el negacionismo. Hasta lo que tenga que pasar por un consenso y se base en acuerdos o esté sometido a unas reglas es motivo de discordia. Nadie es capaz de aceptar una demostración empírica o científica, ni siquiera un resultado, sea cual sea este, por más elocuente que resulte. Es una moda a la que sucumbe hasta ciertos premios Nobel: «Lo importante en una democracia no es la libertad, sino votar bien». Huelga decir tanto con tan pocas palabras. «En España de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa». Machado no concretaba, solo auguraba lo que somos y seremos siempre, «porque si cada español hablase de lo que sabe, se produciría un silencio que bien podríamos aprovechar para el estudio*»...

Desde hace una década, poco más o menos, el abajo firmante siente hastío de ver y escuchar cómo se lanzan sombras de sospecha sobre todo lo que tenga que tenga que ver con elecciones, consensos, decisiones, o fallos de jurado. Un ejercicio pseudointelectual con cimientos de humo que se propaga, cada vez con más asiduidad, por la red de redes; esa misma de la que Umberto Eco vaticinara otorgarle más poder al tonto del pueblo que a un premio nobel: en aras de proclamarse liberal o independiente, resultaría difícil discernir quién es quién; me refiero a quién es el tonto y quién el premio Nobel.

Nos aplasta una pandemia y expertos virológos brotan como champiñones desde las catacumbas más sombrías del planeta, proponiendo todo tipo de conjuros y diagnosticando hipnosis colectiva con millones de nanobots que inocularán con las vacunas (si Ray Bradbury levantase la cabeza...). Se avecinan elecciones y millones de analistas y politólogos salen de todos rincones insospechados como hienas defendiendo su opción al más puro estilo de hooligans zelotes inventando historias que otras hienas propagan sin contrastar. Nos jugamos algo importante en un partido de fútbol y brota, cual fructífero césped por todo terrizo fértil, kilómetros de alfombra verde en forma de expertos técnicos del balompié que lo más cerca que han visto un campo de fútbol es el mando a distancia con el que cambian de canal desde el sofá. 

Y ya habrán visto lo que ocurre cuando hay que elegir para que nos representen en Eurovisión, ese festival que a la mayoría del populacho le ha importado siempre un pimiento frito hasta la llegada del día D. ¿Que llevamos candidatos que salen de otro concurso?: tongo; ¿llevamos cómicos que interpretan un papel parodiando a un músico reguetonero y son elegidos por el público?: cacicada; ¿llevamos candidatos elegidos por la cadena de televisión pública?: pucherazo; ¿y si elegimos a quien resulte ganadora en un festival de música?: lo convertimos en cuestión de estado... literalmente. Partidos presuntamente democráticos, bajando al barro de las fake news y los tongos, se rebozan con el espíritu de Trump a voz en grito. Todos ellos, en resumidas cuentas, expertos musicólogos incapaces de diferenciar en un pentagrama una clave de sol de una fa... Nada peor que no saber perder.

Cualquier cosa que esté contra nuestro modo de pensar y sentir es falso o es tongo. Queremos que todo sea democrático, elecciones por votación popular, que nos lleven a las urnas hasta para decidir si se puede o no defecar después de la medianoche; no vayamos a molestar al vecino que duerme tras tirar de la cadena. Exigimos votar, pero refrendamos el resultado si coincide con nuestro voto. Nadie se conforma con los resultados de lo que se tercie... Es lo que suele esgrimir siempre el mal perdedor, el envidioso y maleducado, que reclama el premio como suyo vistiéndose con las mismas palabras: tongo, fake, robo, pucherazo, cacicada, etc. Se nota bastante en estas actitudes la siembra de la oposición política en la opinión pública con esa cantinela de no cansarse en catalogar al gobierno actual «socialcomunista filoterrorista» de «ocupa», «ilegal» y «dictatorial», cuyo único argumento de peso es que no le gusta lo que han votado sus conciudadanos. Es un tongo y hay que revertir el voto porque no gusta. Es el nuevo negacionismo, el institucional. ¡Cuanto daño ha hecho en el subconsciente colectivo aquel mítico exabrupto del precursor!: «La calle es mía».

Acabamos de vivir un episodio que ejemplifica y resume todo: votación a la propuesta de reforma laboral sobre la reforma laboral. El error de un voto ha dado vía libre a aprobarla y, de camino, ha destrozado la intentona de un nuevo tamayazo. Cuando no gusta el resultado el mal perdedor se parapeta siempre en los mismos mantras: tongo, pucherazo, robo, cacicada... Nunca antes unas palabras tan sectarias habían supuesto para una sociedad una auténtica profecía kármica: «Lo importante en una democracia no es la libertad, sino votar bien». Desde luego que sí; y más importante que ganar es saber perder.

*Cita atribuida a Manuel Azaña.








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