Published enero 08, 2023 by

Reivindicación del panettone

En los últimos tiempos una serie de protestas perpetradas por activistas reivindicaban una mayor acción sobre el cambio climático. El objetivo, al parecer, era llamar la atención de los mandatarios del mundo (los del primer mundo) para que pongan remedio a lo que ya difícilmente lo tiene. Todo muy loable, porque la causa lo merece y la historia del ser humano está escrita con protestas, huelgas y revoluciones; y las ha habido ingeniosas y extravagantes, también sangrientas y deplorables, pero luchar por preservar la vida del planeta destruyendo de las pocas cosas capaces de transformar la forma de pensar del ser humano, esto es, el arte, da claras muestras del escaso nivel de reflexion intelectual en el que nos ubicamos en el siglo XXI; mucho ruido, pocas nueces y menos sesera. Lo peligroso es que estas formas extrañas e incongruentes de reivindicarse corren el riesgo de convertirse en tradiciones, esa faceta tan eroticofestiva del ser humano que tan fácil asumimos y adaptamos a nuestras costumbres culturales. Y lo hacemos con tanta soltura y desparpajo que ya podríamos decir que nos hemos encontrado con una nueva tradición, ahora que ya acaba de terminar la Navidad, con sus espumillones, belenes y turrones. 

No hay centro comercial, panaderia, pasteleria, mercadillo o tienda de barrio que no tenga entre sus ofertas un buen panettone. Y desde luego, no ha habido mesa y mantel en estas fiestas pasadas que no haya contado con uno de esos riquísimos bizcochos de la gastronomía italiana. Ya los hay de chocolate, con miltifrutas escarchadas, y con toda suerte de rellenos y coberturas; como el roscón de Reyes, que a poco que continúe esa escalada lo veremos relleno de morcilla o crema se sobrasada (me consta que ya lo hacen de Lacasitos). En fin, lo dicho, que el panettone se asienta ya como parte de la tradición navideña española, e incluso europea. 

Las tradiciones suelen llegar siempre del mismo modo: se halla un elemento social, gastronómico, literario o religioso o de cualquier índole humana que funciona como resorte y ayuda a percibir el concepto del mundo de manera cohesionada; en ultima instancia se crea en sí mismo momentos particulares y significativos en la vida social y ese elemento acaba funcionando como pegamento. Es así como se construyen sociedades y se crean identidades colectivas, que a su vez dan forma a las individuales, desde Mesopotamia hasta nuestros dias... y seguirá siendo así porque somos animales sociales y nos va la marcha.

Valorar si nos gustan más o menos, no tiene incidencia alguna, porque aquí lo que prima es el colectivo social, moral y espiritual del grupo. Y del mismo modo como llegan y nos cohesionan se van, porque su función de adherencia, de pegamento, desaparece o es prescindible. De ahí que las tradiciones que tienen como epicentro festejar la crueldad animal estén en vías de desparecer (entre otras cosas, porque la educación en transmitir valores a las generaciones venideras que se basan en el respeto a nuestro entorno es una premisa que une nuestra conciencia social colectiva), o quién recuerda ya el famoso aguinaldo del que apenas ni se habla siquiera en los medios de comunicación como algo anecdótico...

Todo cuanto hacemos tiene intrínsecamente un componente ritual que se basa en una costumbre. Y, del mismo modo en que nosotros tenemos costumbres que exportamos a otros países (la siesta, tapear, nuestros dulces navideños, la tortilla de patatas...), así de absorbentes somos a la hora de acoger y aceptar tradiciones de fuera: los belenes en navidad (de origen italiano), Halloween (de origen irlandés), San Juan (que antes de ser tradicion religiosa era festividad pagana e incluía sacrificios humanos en la hoguera), el árbol de navidad (de origen escandinavo), los carnavales (relacionados con las Saturnales en el Imperio Romano, y a posteriori en la carnem levar, festividad originaria de Venecia)...

La RAE define tradición como «Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación». Y por ello reivindico el pantone como dulce tradicional navideño. Porque cumple con su función: es un «pegamento» social y ayuda a percibir el concepto del mundo de manera cohesionada en el grupo; la universalidad mediterránea en un trozo de bizcocho esponjoso. Da pie, como excusa, a crear momentos particulares y significativos en la vida social y familiar. Y, ¡qué demonios!, porque está increíblemente riquísimo y, ademas, es una autentica obra de arte culinaria. Una belleza emocional de la que espero no existan reivindicaciones grotescas capaces de devorar el significado intrínseco que ya posee como toda tradición que se precie: celebrar la vida de generación en generación.






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