Published mayo 07, 2018 by

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios.

La cita, probablemente apócrifa, del estadista alemán Otto von Bismarck, responsable, dicho sea de paso, de la unificación de los estados bávaros (Babiera, Sajonia, Prusia...), deja entre bambalinas y oropeles el talante de nuestro carácter: «España es el país más fuerte del mundo. Los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido». Ya puestos a citar, se me viene a la mente aquello de Jaime Gil de Viedma: «De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España porque termina mal».

Ya he comentado en muchas entradas de blog que me gusta opinar sobre lo divino y lo humano después de que todo el mundo aplaude, vitoree o abuchee o increpe el primer balonazo del partido. Las cosas, como el vino, tiene mejor poso y sabe mejor; uno puede apreciar mejor las cosas y opinar sin apasionamiento ni trivialidades. Así tengo tiempo de reírme y de lamentarme al final, porque toda discrepancia siempre desemboca en el mismo desagüe; de otro modo España no sería lo que hoy es. Resulta que todos miran lo que hacen los jugadores con la pelota y no el porqué se comporta la pelota de ese modo en el infinito de la nada, abrigada por las leyes de la física. La pelota..., que en definitiva es el elemento indispensable para que haya juego. Sólo se preocupan de ello cuando existe un gol fantasma.

A colación de la sentencia que la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra, un torrente de reacciones multitudinarias inundaron las calles, no solo de España, sino también de medio mundo. Una reacción comprensible y justificada, dados los hechos probados y la incomprensible reacción de la susodicha Sección Segunda al catalogar el deplorable acto perpetrado por la ya mundialmente conocida como «La Manada» de «abuso sexual contiuado» y no de lo que es de todas todas: agresión sexual, violación.

Traigo aquí a modo de introducción el recuerdo de una joven que conocí hace ya muchos años y me confió una historia que me impactó en aquel momento por no esperarla de alguien, en apariencia, inofensiva y tímida en altas dosis. Gastaba veintipocas primaveras y no andaba muy acostumbrado a presenciar sinceridad tan bárbara y elocuente; era casi una década menor que ella. Resulta que esta amiga se llevó a su apartamento a cuatro amigos con quienes mantuvo relaciones sexuales, una cama redonda lo llamó ella. Lo explicó con naturalidad y sin reparar en algún que otro detalle. Con esta simpleza quizá, grosso modo, habría que explicarle al juez que «interpretó» las imágenes de los vídeos que pasaron por manos de su señoría como consentidas, qué es lo que es consentimiento y qué es lo que no lo es. Porque si te introducen en el rellano de un portal cinco tíos más bien cachas a quienes no conoces y tú apenas eres una niña y te penetren repetidas veces por todos los orificios de tu cuerpo sin que tú hagas amagos de querer de uno o de otro, no parece que eso corresponda a algún tipo de consentimiento implícito, más bien el de coacción para iniciar un acto deplorable.

Mi amiga se lo pasó bien, disfrutó de lo lindo, según sus propias palabras. Fue algo consentido y que ella misma propuso, quiso y se dejó hacer. La diferencia es obvia para quienes vivimos el día a día. Pero para el código penal parece que los recovecos son tan arteros, discurren por subterfugios tan ladinos y andan tan taimados, que lo que pudiera parecer una obviedad, por el tecnicismo tecnocrático de la judicatura para diferenciar (mejor dicho, confundir) el blanco roto del blanco hueso se lleva al extremo de declararlo blanco nuclear sin más. De ahí que la gente se eche a la calle, porque parece que se nos ha olvidado, especialmente a muchos juristas, que «la justicia emana del pueblo» (Constitución Española, Art. 117, 1º); que sí, que la imparten ellos, pero que nace de la calle. Y por eso la gente se ha echado a la rúa, no sólo en España, hasta desde la ONU se hicieron eco de esa polémica sentencia al criticar que ésta «subestima la gravedad de la violación».

Se ha hablado mucho sobre la «dictadura de la calle». Que cuando algo no es del agrado del populacho todo el mundo sale a protestar contra la aplicación de las leyes o del reglamento. Quizá haya que recordar que en Mayo del 68, hace unos días que se cumplieron cincuenta años de aquello, la gente, especialmente los universitarios, salieron a la calle a protestar por la necesidad de reformar profundamente los resortes de la democracia. Propuesta que no solo afectó a Francia, sino que se extendió como la pólvora por media Europa. Comenzó una nueva era de reformas y en menos de un año, por ejemplo, De Gaulle desapareció del mapa político francés. Aquí, ahora, no hace mucho se pedía que la prisión permanente revisable se mantuviese en activo por la gravedad de los delitos cometidos por la asesina del pececito Gabriel, Ana Julia. Ahí hubo una parte de la ciudadanía (y de los políticos) que se opusieron al respecto. La otra se echó a la calle. Todo se ha embarrado de partidismo mediático, porque lo que es bueno para los azules, ha sido una contrariedad para los rojos. En última instancia, no se trata de un problema social, sino de una bandera política que izar en el caso de vencer. Para este caso, la gente se ha vuelto a tirar al ruedo de la idiosincrasia, separando literalmente el país en dos, porque a pesar de lo que pudiera parecer, hay una parte de la ciudadanía que sospecha e incluso inculpa el comportamiento de la joven implicada en el caso de «La Manada», (he aquí el último ejemplo) «repugnantes» es un término demasiado laxo como para poder calificar a ésos. Y esta es la pequeña diferencia anquilosada en este país, las dos Españas, la eterna roja y azul, la eterna republicana y monárquica, la socialdemócrata y la fascista: señal inequívoca de que nunca se suturaron bien las heridas. «Españolito, que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos españas / ha de helarte el corazón». 

En efecto, es necesario que la ciudadanía salga a la calle a dar la voz de alarma al ejecutivo por algo que le compete directamente: redactar las leyes de manera que el poder judicial acabe aplicándolas en su justa medida. Y aquí han incurrido en un error de trascendencia colosal los medios de comunicación, al opinar respecto del poder judicial que ha de interpretar las leyes, y ese NO ES su cometido. La justicia, como uno de los tres poderes del estado, NO está sujeto al principio democrático porque no son elegidos por sus ciudadanos. Y quizá por ello su responsabilidad es aún mayor que la de los otros dos poderes constitucionales. De ahí que no está en su capacidad de ejecución la de interpretar, sino la de ejecutar, valga la redundancia.

El poder judicial se limita, NO a interpretar la ley, sino a estudiarla y APLICARLA. Y en esto mismo deberíamos darle entre todos un pequeño tirón de orejas al poder mediático que aglutina hoy por hoy los medios de comunicación y su influencia desmedida sobre la ciudadanía, en especial la borreguil, que sigue a pie juntillas los dictámenes que sentencian taimadamente en sus titulares. Gran parte de los medios, y aún más los tertulianos profesionales, han incurrido en el gravísimo error de juzgar a los magistrados responsables de dictaminar sentencia en el caso de «La Manada» como de malinterpretar la ley. E insisto: el poder judicial NO está para interpretar la ley, sino para aplicarla. Lo cual llegamos a la conclusión: si un juez declara una sentencia y en su auto permite confundir el blanco roto con el blanco hueso, y simplemente limitarla a blanco nuclear ante la duda, si una sentencia cataloga de abuso sexual lo que es a todas luces agresión, violación, es que algo hay que cambiar en el código penal para evitar futuras generalidades y especificar con mayor legibilidad qué es delito.

Y por cosas por las que ahora voy a comentar es por lo que me 'sulibella' escribir u opinar a toro pasado; además de porque todo lo que tiene poso y maceración de barrica, sabe mucho mejor, como dije antes. Salen a la palestra las declaraciones más inquietantes que haya podido hacer un ministro de justicia en los últimos años. Una auténtica temeridad la de Rafael Catalá al alertar de las deficiencias del sistema de justicia afirmando que el magistrado que emitió un voto a favor de la absolución de «La Manada» tenía (tiene) un «problema singular». Se equivoca de facto, desde el principio al final. En el caso de que el ministro de justicia observe una deficiencia en la judicatura, lo que ha de hacer es reformarla, no criticar ni mucho menos poner en tela de juicio a quienes dictaminan en base al código por el que han de impartir justicia. Se le olvida al ministro que, de los tres poderes, es el único que no es elegido por el pueblo. Que ellos NO interpretan la ley, sólo la aplican. Y si ésta y otras muchas sentencias que están salpicando la actualidad en los últimos meses no gustan ni al ejecutivo, la obligación de Catalá es lubricar los engranajes de todos los resortes de la justicia para poner el mecanismo de reformas a funcionar y colocar los puntos sobre las íes que parece han desaparecido o nunca existieron. No es de extrañar que todas las asociaciones judiciales hayan puesto el grito en el cielo y al unísono pidieron su dimisión. Una «temeridad», como sugiere el comunicado, que un ministro de Justicia vierta juicio púbico con comentarios sobre la falta de capacidad de un magistrado.

En efecto, es repugnante, tanto la sentencia como el voto particular del magistrado díscolo de la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra. Pero, de ser una casualidad, quizá se habría partido desde el punto de vista de la opinión personal que todo esto fue una mala aplicación de la ley, y para ello existen mecanismos sancionadores para jueces y fiscales, además de las apelaciones pertinentes para ambas partes. Pero no ha sido la única similar en los últimos tiempos. Les dejo aquí un par de enlaces que dan pavor tan sólo leer los titulares (Enlace 1) (Enlace 2). Los que tienen obligación de tramitar la modificación del código penal los votamos nosotros cada cuatro años. Pero hay un problema: resulta que el órgano al que el ministro Catalá ha encargado la reforma tipificada como delito sexual la violación y la agresión sexual, es la sección Penal de la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia. Un órgano compuesto por veinte juristas, ninguno de ellos mujer. Ya me dirán ustedes cómo se va a reformar el reglamento del balompié, más conocido como fútbol, si los implicados que han de hacerlo pertenecen la asociación nacional de fabricantes de ropa deportiva o al consorcio de luminotecnia industrial  (con todos mis respetos para esos colectivos). Es como querer legislar sobre educación y sanidad sin tener en cuenta a los principales integrantes de la cadena educacional y sanitaria (¡ahí va!, acabo de percatarme de que esto ya sucede).

En fin, dicho todo esto, recuerdo de nuevo, por último, la experiencia de mi amiga. En esa cama redonda en la que anduvo enfrascada en lides sexuales con cuatro partenaires. Y vuelvo a ver de manera incomprensible que, en cualesquiera de los contextos que se ha querido incluso incriminar el comportamiento de la joven de «La Manada», en ningún caso podría decirse que ha sido algo consentido. El consentimiento no es nada relativo, es afirmar que se quiere, complacerte en en estar de acuerdo con algo y conceder tu permiso. Lo contrario, es no. Si en algo hay de meridiano en todo este asunto es que la voluntariedad humana, ese matiz de blanco, estriba en un consentimiento implícito o explícito, en blanco roto o blanco hueso: no todo es blanco nuclear sin matizaciones como parece haber en el código penal, y media, ante la duda, decidir que la generalidad es lo definitorio. Hay que determinar qué lo es y el porqué. El primer y grave error es que se juzga por géneros y lo que se debe juzgar son personas, independientemente de sus gustos, pasiones, aficiones, escala social, género, entidad o empresa... Alguien que agrede a alguien o individuos que agreden a individuos han de ser castigados a tenor de las pruebas que se presentan. Los jueces dictaminan, son los políticos los que deben interpretar la gravedad de las agresiones, sean cuales fueren estas desde el punto de vista social. Recuerden: la justicia emana del pueblo.

Que al código penal en esta materia le falta un hervor (más de uno) y anda extraviada (a las pruebas me remito) entre una veintena de hombres, es un hecho, no una conjetura. Que esta historia, como otras muchas hitsorias, acabará mal, no me cabe la menor duda. Porque todo el que quiere legislar quiere arrimar el ascua al saco rojo o al azul. Porque no se legisla para beneficio de la ciudadanía, se hace para loa del bando vencedor y agravio del perdedor. Y gracias a esta disputa ambivalente, interminable, todo el revuelo mediático quedará sumido por cuatro supercherías de magia con el balón en los pies, nos colarán un golazo por toda la escuadra y quizá volveremos a ver la moviola de todos estos días convulsos cuando se repita en cualquier momento del partido una falta injusta que el árbitro seguirá sin ver. Porque España es el país más fuerte del mundo, ya que los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido. Porque este país es un señor que critica la justicia, le roba al vecino y encima siembra la sospecha de dónde sacará la pasta para todo lo que tiene. Necesitamos más a Machados y Gil de Biedmas y ver un poco menos la tele.







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