Published octubre 04, 2021 by

¿Os acordáis cuando las noticias eran aburridas? (I)


Vivimos en una aldea globalizada (que no global) donde  se premia con demasiada frecuencia la irreverencia, la mezquindad, la pillería, la falta de decoro, el insulto fácil y los zascas, el déficit educacional, el bulling al débil... Se premia la poca vergüenza y el sinvergonzerío, la falta de respeto y la humillación. El auge de partidos políticos homófobos, racistas, clasistas, machistas, e incluso negacionistas de la existencia de las obviedades más sublimes de la historia de la humanidad es patente gracias, en muy buena parte, a esa tendencia. Algo que parecía encaminado a un destierro definitivo ha encontrado su sitio en nuestra comunidad con aspecto de moda más que peligrosa. 

Todo un verano sin aparecer por este blog ha dado para mucho, sobre todo para poner el foco en todo lo que dije antes en forma de actualidad noticiera. Reflexionando de manera global, eso me trajo a la memoria una frase que en su momento me dejó estupefacto, por la cantidad de cosas que sugiere, y traigo aquí a colación de lo susodicho. El actor Russel Tovey, en la serie Years & Years, da vida a un funcionario de la vivienda en Manchester y frente a la demanda y progresión populista de noticias falsas que desparramaban las redes sociales, y en especial la televisión, hace una pregunta retórica al resto de su familia: «¿os acordáis cuando las noticias eran aburridas?».

La serie se centra en especial en desentrañar los mecanismos del populismo fascistoide, tan en auge ahora, bajo el paraguas de un humor ácido y muy británico. Es tan elocuente que deja en evidencia la originalidad y el ingenio político de quien logró convencer a los vecinos de la comunidad de la llegada del ogro comunista. Es, sin lugar a dudas, la evidencia que mejor demuestra que una sociedad mal informada es una sociedad manipulable. Puede que hasta usted visualice a un director de campaña electoral haciéndose valer como el MAR más original de la década, que a todas luces parece haber encontrado un filón en los guionistas de la serie, pues sigue a pies juntillas cada uno de los pasos y metodología discursiva de Vivienne Rock (que encarna una inconmensurable Enma Thompson emulando cualitativamente a Trump, con tintes coloridos del movimiento cinco estrellas de Berlusconi). No estaría mal enviar a los escritores de la serie una caja de bombones y una botellita de champán por el ingenio prestado.

En definitiva, su éxito se basa en lo grandilocuentes que sean los titulares, en inflar el globo del populismo de helio. Poco importa que las noticias sean falsas o malintencionadas. Lo importante es que los titulares sean llamativos, que aquéllas no sean aburridas, que den juego y apele al sentimentalismo gastrointestinal. Sirva como ejemplo elocuente que si hay capacidad de hacer creer y convencer a los vecinos de la comunidad que un barracón de mala muerte es un hospital de pandemias, la cosa hay que tomársela en serio. Es una especie de globo aerostático donde la falta de respeto, las mentiras y las medias verdades son un modelo de convivencia, capaz de intoxicar el debate público con chascarrillos de caverna y vino rancio, y acudir al insulto como bandera para echar a volar.

El prólogo de un verano sin igual comenzó con altas temperaturas. El poder de las noticias se encamina hoy al puro entretenimiento, a indagar en el ánimo de los lectores y azuzarlos, y en gran medida a obligar al personal a que piense con las tripas. Y, ¿por qué no? Crear competencia para el Instituto Cervantes con el fin de regalarle el chiringuito a quien no sabe qué hacer con su vida, porque los escenarios le quedan grandes y muy lejanos, pero le sienta como a los ángeles eso de poner mojitos con ñ y sombrillitas de colores para refrescar el cotarro vecinal. Son las ventajas de ser hooligan acólito, un refrigerio para un verano árido y soso.

Nada mejor para demostrar que no se ha aprendido nada durante el curso escolar es el período estival. Parece que a más de uno y de dos le regalaron los créditos en la universidad, el beneplácito de un título o incluso sacarse un máster desde casa. Es lo que pasa cuando uno se esfuerza en copar titulares de prensa que no se llegaría a vacunar al 70% de la población hasta dentro de cuatro años, que llega el final del verano y el sonado bofetón sanitario parece que se ha oído hasta en el parlamento europeo. O cuando uno quiere defender la libertad cubana para ser foco patriótico, pero eres el vehículo de creación de la legislación que encarcela en tu cortijo a cientos de animales por opiniones menos incendiarias que las que algunos terroristas que se hacen pasar por periodistas estrellas, que parece que ni necesiten protector solar bajo un lorenzo de 40⁰ a la sombra. Luego, esos que faltaban a clase de convivencia y respeto, los que se saltaron las clases sobre todo de democracia, se quejan por las esquinas cada vez que hay rebelión en la granja.

La luz, ese bien energético disfrazado ahora de elitismo, que quiere imponer una inflación a la plebe digna de nobles y reyes, también hace su guerra en verano, en lucha abierta, descarada y declarada contra el imperio socialcomunista. Y lo peor es que los alumnos que hacían sus pellas durante el curso, y ahora exhiben con orgullo sus títulos de CCC y los regalados por la uni Juan Carlos I, exigen medidas para paliar contra las energéticas que luego denigran y votan en contra. Peor aún: abrazan y defienden a sus amigos los de la luz para que les ilumine cuando el chiringuito de la comunidad se agote y se vean abocados al recaudo de las velas para vender mojitos por las esquinas. Sacan la cara y los dientes por esos que son capaces de desaguar en pleno verano las presas para rentabilizar al máximo sus cuitas energéticas, haciendo padecer a los entornos rurales la pérdida del recurso más preciado que poseen para sus rebaños y sus regadíos: el agua. Lo hilarante del asunto es que esos mismos alumnos desaventajados gritan a pleno pulmón en protesta por la subida del precio de la carne, los quesos, la leche y las hortalizas... que ir al mercado es un lujo y no hacen nada para impedirlo: todo culpa de las hordas socialcomunistas que viven en el ático. Además, oiga, el populacho no tiene ni para comprar el hielo que refresque los cubatas con estos recibos desorbitados... Y así creen los de las pellas que van a convencer a los votantes de que van a defender los intereses de la comunidad de vecinos. Es muy probable que a sus hooligas acólitos sí, pero difícilmente al resto del vecindario.

Todo esto viene a ser como aquello de las etiquetas Nutri-Score, una especie de semáforo sobre lo que sí o lo que no deben comer los vecinos que van a comprar al súper. Cuando los del quinto derecha, los de las pellas en el cole, vivían en el ático lo promovieron. Y ahora los nuevos inquilinos, que van a dar luz verde a la implantación del semáforo nutricional, son traidores a la patria del patio de vecinos, de los cohabitantes del ascensor y de los que aguardan en el rellano a que escampe el temporal: odas y más odas a la incongruencia, que es el sino habitual de los del quinto derecha, el quiero y no quiero porque puedo y no puedo.

Lo más consecuente que esos alumnos rezagados debieran preguntarse es qué quieren ser de mayor, porque esa determinación constante de contrariedad y crítica por el esfuerzo sólo transmite incertidumbre. Y lo que es peor es que la negación de la realidad les empuja, como dije al principio, a llamar la atención a base de pataletas altisonantes y grandilocuentes para que los titulares sean llamativos y que las noticias no sean aburridas, que den juego y apele al sentimentalismo gastrointestinal. Ese tono con ínfulas de intoxicación del debate público, limpio y respetuoso hace que los titulares den pingües beneficios a sus benefactores, y a ellos en forma de fama y gloria.

La política debería ser un motor generador de soluciones a los problemas de la comunidad, pero se ha convertido en un espacio generador de éstos, donde el respeto debería formar parte fundamental de un proyecto constitucional de convivencia, de un proyecto de país, que es en sí mismo el paladín de la democracia, su esencia. Sin embargo, nos encontramos un lenguaje cavernario y tabernario, donde el insulto y la descalificación está a la orden del día, y donde la única motivación de los señores diputados de participar de la democracia es soltar su speech electoral con el fin de acaparar likes en las redes sociales y aglutinar acólitos para la causa común: hay que intoxicar el agua del debate público con el fin expulsar al enemigo del ático... «¿Os acordáis cuando las noticias eran aburridas?».

CONTINÚA LA PRÓXIMA SEMANA...







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