Intentar explicar a las hordas de profetas
de la poesía que el verso libre no es tan libre como parece en un principio y
que necesita de estructuras para poder ser, al menos, entendida, es entregarme
al vilipendio. Aun así, me ilusiona mostrar mi absoluta falta de conocimiento
al respecto y continuar viviendo en la felicidad que produce la ignorancia. Es
el único escenario en el que uno puede seguir intentando poner una palabra tras
otra con cierta dignidad y no ser agitado por las turbulentas aguas del conocimiento
exacto de los millones de ángulos que cada predicador profesa en cada esquina.
Como digo, y voy al grano (que no desearía eternizar esto porque los hay más y mejores doctos en la
literatura que este mequetrefe que les escribe) el verso libre mantiene un
ritmo y una constante, que si bien aparentemente no se sujeta al mal llamado
encorsetamiento de estrofas y versos métricos, lo cierto es que mantiene una
estructura de elocuencia y ritmo interno. Traigo aquí un ejemplo minúsculo para
visualizarlo de una manera sencilla e intentar ejemplificar el porqué estructuré uno de los poemas incluidos en
“Jazmines para una Biznaga” del modo en que quedó plasmado y que dejo al final de este post.
Emilio Alarcos Llorach calificó
el poemario “Hijos de la Ira”, firmado por Dámaso Alonso, como “un libro
poético intenso y penetrante”. El propio Dámaso era consciente del espíritu
revolucionario de su texto. El preciosismo de sus versos estribaban en una una
elegancia exquisita, un léxico diría que brillante, metáforas llenas de destellos
luminosos… De ese libro extraigo las primeras estrofas del poema ‘La madre’. Y digo primeras estrofas
porque es un poema intenso y extenso y por facilitar la comprensión en la
medida de lo posible; tampoco se trata de hacer un doctorado al respecto, pero
como mi tropelía va a ser ciclópea me voy a conformar con dar unas pinceladas de
ignorancia para evitar que las carcajadas sean demasiado ruidosas. No obstante,
no es el único modelo que voy a traer, ni será el último que traiga por aquí para
mostrarlo. Ya dedicaré más entradas en este blog que hablen de versos libres. Leemos:
*LA MADRE
No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reuma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.(…)
No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reuma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.(…)
Así a vuela pluma vemos
ya una serie de signos evidentes que acompañan las estrofas de un modo
explícito. Las repeticiones en los versos: “que estás llena de… , que estás
llena de … , que … , que … ,”. Estos versos, además, van cargados de ideas
expresivas cuyos mensajes recuerdan al anterior: arrugas (cansancio en la vejez,
o la presencia visible de ésta y sus achaques), sueño (consecuencia de la
primera idea expresada), se te han caído los dientes (consecuencia de la
primera idea), etc... En la siguiente estrofa, aunque parece no utilizar del
mismo modo las repeticiones, quedan expresadas implícitamente si leemos la
estructura de igual modo que en la estrofa anterior: “No importa”, y continúa: “Tu eres siempre joven, (=) (tú) eres
una niña, (=) (tú) tienes once años.(=) …(tú) eres para mí eso: una candorosa
niña”. Deja constancia pues, en ambas estrofas, la idea de lo que era para él
su madre, una candorosa niña: caracterizando de esa manera tan elocuente a las
personas que ya están ‘llenas de arrugas’.
Podríamos indagar mucho
más tan sólo en estas dos estrofas, pero creo que es suficientemente visual
como para entender la estructura que nos enseña Dámaso Alonso en el inicio de
este magnífico poema de su más que revolucionario “Hijos de la ira”. En pocas
palabras, la revolución del verso libre también estaba sujeta a una estructura
singular y objetivamente construida con sentido, por lo que nada quedaba al
azar ni todo estaba justificado porque sí. Es decir, que la llamada a escribir
un verso tras otro libremente conlleva una responsabilidad, que consiste en
conocer también técnica (esta y otras más que veremos más adelante) y estilo antes que la estética. La poesía es un complemento de
ambos conceptos, técnica y estética. Pero todavía quedaría incompleta si no existe una reflexión
tras lo que se escribe. ‘Poesía es reflexión’, como ya he comentado algunas
veces que diría el maestro Machado.
Es por ello que para poner
en evidencia mi torpe adiestramiento me atreví en su
momento a imitar la técnica del maestro. Y recordando sus versos, inspirándome un poco en ese olor, en ese magnífico
y revolucionario “Hijos de la Ira”, escribí este poema que incluí en Jazmines
para una Biznaga. Les dejo la reflexión sobre la ambigua dualidad del recuerdo
y la memoria, en la que dependiendo del estado en el que se recuerden las cosas
así significará para nosotros: luminosa como una eterna primavera o turbia como
el insomnio de una tempestuosa soledad. En ese intervalo pueden pasar largas
temporadas o breves minutos. Sería muy pobre caer sólo en el aspecto estético de esos versos por lo que hay encerrado más allá. En definitiva, este modesto poema intenta aspirar al existencialismo. Espero sean indulgentes conmigo…
TEMPESTUOSA SOLEDAD
Amanece...
siempre sucede cuando amanece,
cuando abres los ojos,
cuando la luna ocultó ya su ensoñación;
es entones cuando la luz del sol ilumina
la alcoba
y me miras y tu corazón ilumina mi sangre,
y sonríes y la callada música de tus
labios
ilumina el vigoroso canto de una eterna
primavera.
(La suave brisa
de tus párpados...)
Y desperezas...
siempre sucede cuando desperezas,
cuando te retuerces entre las sábanas,
cuando tu piel se estira y recuerda tu
mocedad,
cuando tus senos se agitan y reafirman su
turgencia,
es entonces cuando una tempestad efímera
azota las paredes;
porque tus ojos se cierran,
porque tus labios se entreabren,
porque tu pecho toma aliento para
inmolarme
con el ciclón de tu garganta,
ciclón débil y aterciopelado.
(La tempestad... después la calma:
mansa como tus bostezos.)
Abres los ojos y me miras,
y parpadeas y me acaricia la brisa,
y me miras y me iluminas,
y sonríes y me cantas...
pero callas:
me ensordece tu silencio,
me incomoda tu ausencia,
me irrita tu distancia.
Y amanece...
siempre sucede cuando amanece,
cuando abro los ojos,
cuando la luna ocultó ya su ensoñación;
es entonces cuando me perturba la distancia,
y miro tu ausencia y te imagino,
y entonces comprendo que mi alcoba
es ahora una tempestad infinita.
Tu ausencia presente.
Tu presencia ausente.
Y mi soledad ya no duerme.
(La tempestad... después la calma:
mansa como tus bostezos.)
Abres los ojos y me miras,
y parpadeas y me acaricia la brisa,
y me miras y me iluminas,
y sonríes y me cantas...
pero callas:
me ensordece tu silencio,
me incomoda tu ausencia,
me irrita tu distancia.
Y amanece...
siempre sucede cuando amanece,
cuando abro los ojos,
cuando la luna ocultó ya su ensoñación;
es entonces cuando me perturba la distancia,
y miro tu ausencia y te imagino,
y entonces comprendo que mi alcoba
es ahora una tempestad infinita.
Tu ausencia presente.
Tu presencia ausente.
Y mi soledad ya no duerme.
© Daniel Moscugat, 2016
© Jazmines para una Biznaga, 2016
© Jazmines para una Biznaga, 2016
® Texto protegido por la propiedad intelectual.
* Hijos de la ira, Castalia, Madrid 1986.