Published agosto 27, 2023 by

Una habitación propia


«... si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como una persona importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero esta es la mujer de la literatura. En la realidad, como señala el profesor Trevelyan, la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación. De todo esto emerge un ser muy extraño, mixto. En el terreno de la imaginación, tiene la mayor importancia; en la práctica, es totalmente insignificante».
Esta es una cita extraída de un texto de referencia para el feminismo: Una habitación propia, de Virginia Woolf. Por lo que a mí respecta, me da que más de uno que presume de cultura ni siquiera lo ha ojeado, ni ese ni nada más interesante que que no sean los panfletos condenados por la justicia de Alfonso Ussía; visto lo visto, hay mucha más gente de la que creía que necesita leer urgentemente este y otros textos de referencia feminista, dadas las circunstancias, al menos para parecer siquiera que le interesa la literatura.

Los conservadores son esos dinosaurios que no quieren que nada de lo establecido y que les beneficia cambie y, si por ellos fuese, seguiríamos bajo régimen feudal (ese baluarte apócrifo al que estamos sometidos todavía los españoles en pleno siglo XXI). El conservador quiere que todo se conserve tal y como era o ha sido siempre, tiene miedo que el cambio altere su estatus de privilegio y no lo puede consentir: el hombre a la taberna, la mujer a la cocina y a fregar; persignarse y rezar un rosario diario; hacer las cosas como Dios manda y el fútbol o los toros los domingos... Ah, y que no falten las visitas al puticlub de cuando en cuando. El máximo logro que han obtenido los conservadores es convencer al puñado de muertos de hambre que creen ser parte de un estatus ideológico cuando no llegan ni a rascar el polvo de los zapatos de esa minoría elitista (lo que algunos califican vulgarmente creerse caca y no llegar a pedo). Lo que les ocurre en realidad a ese reducto social (y me refiero a los que de verdad los representan, los que ganan muchos cientos de miles de euros al año y tienen casa donde veranear y donde esquiar) es que no aceptan de ningún modo que la sociedad cambie, el movimiento, porque la catapulta de la conciencia siempre va hacia adelante cuando se activa, y seguirá cambiando el progreso debido a que las sociedades, de manera natural, no son inamovibles; con esta mentalidad aún estaríamos viviendo en las cavernas de Platón...

Y la historia está llena de pequeños ejemplos, de cosas pequeñas, que apenas significan nada pero lo cambian todo de manera espontánea. Y se da la circunstancia que nunca, nunca, los pequeños movimientos o detalles sociales han tenido origen en el lobby conservador. Virginia Wolf lo dejó patente en su ensayo, y podría resumirse en un pequeño pasaje: «Démosle una habitación propia y quinientas libras al año, dejémosle decir lo que quiera y omitir la mitad de lo que ahora pone en su libro y el día menos pensado escribirá un libro mejor». Así se ha comentado la liberación y el empoderamiento de la mujer en estas últimas décadas, solo hacía falta darle las herramientas necesarias para que pudieran dar de sí todo cuanto son, y dar rienda suelta a su creatividad e intelecto, a pesar de que ese patriarcado rancio conservador intenta ahogarlas y encerrarlas en su propia habitación, especialmente las de su mismo género.

¿Y todo esto a cuento de qué? 

Todo esto que me ha servido de báculo reflexivo viene a cuento por la insistencia mediática de parte de la prensa pagada por los intereses patriarcales conservadores, de sus acólitos lobotomizados, y sobre todo de sus mamporreros muertos de hambre que intentan hacer mella en el género femenino, que minimizan un asunto capital al exponente negativo de lo que es un «piquito inocente y sin importancia. Cuánto se ha maximizado algo tan nimio que hemos hecho todos en algún momento». Con este argumento hasta se busca culpabilizarlas en relación al affaire Rubiales: han sido ellas quienes lo han provocado. Y esto me ha recordado otros muchos gestos a lo largo de la historia que supusieron un antes y un después.

Los menos avezados, y por ende más bocazas, ni sabrán de qué hablo al mencionar a Rosa Parks. El autobús en el que decidió tomar un asiento reservado para blancos se convirtió en poco tiempo en un símbolo de los derechos civiles, el espíritu reivindicativo del que se benefician directa o indirectamente muchisísimos de los que ahora se les llena la boca de improperios para criticar a Jeni Hermoso o trivializar un «beso no consentido», en el mejor de los casos, que es solo un «piquito». Aquel asiento también fue solo un asiento. Los de su propia raza recriminaban a Rosa haber ocupado «un sitio de los blancos», y que «nos vas a buscar a todos una ruina con tu insolencia y provocación». Acabó detenida, y ahí comenzó todo, sacudió los cimientos de las conciencias de la época para reclamar unos derechos que aún hoy se les niega a plenitud... «La libertad no es gratis», dijo. En efecto, ocupar esa habitación sin vistas para escribir su propia historia tiene un peaje muy caro en un sistema gobernado por hombres y estructurado por el lobby conservador de quienes tienen miedo de que los cambios les arrebate el poder. De ahí que pongan todo su empeño y denuedo en minimizarlas hasta llevarlas al negacionismo social e intelectual, y sobre todo contando con el apoyo inestimable de los muertos de hambre que creen o aspiran a ser lo que nunca serán, o, a lo sumo, el polvo de sus zapatos. 

No es solo un asiento (segregado), ni es solo un «piquito» (no consentido), o un piropo (grosero)... Esto va de derechos y libertades, no de rojos que están contaminando el planeta imponiéndonos sus ideas o que los de derechas pretendan quitarle hierro al asunto y acusen a aquellos de supremacistas intelectuales (me temo que esto último se da con más frecuencia como argumento y desgraciadamente se ajusta más a la realidad). De lo que se trata es de desterrar la idea de que una nimiedad como un «piquito (no consentido) sin importancia va a destruir la carrera de una persona. ¿Quién no ha dado un «piquito» a alguien?» Yo: yo no le he dado un piquito a nadie SIN SU CONSENTIMIENTO. Y como yo cientos de miles, millones de personas. Reducir la falta de respeto al prójimo, la violación de su consentimiento, a la trivialidad de «solo es un piquito» es de un analfabetismo intelectual y moral de tal calibre que hasta Rosa Parks sería capaz de dejar su asiento libre con tal de que tomaran conciencia calzando sus zapatos... o los de tantas mujeres vejadas por el posicionamiento y autoridad masculina que les otorga una posición privilegiada o prominente y aprovecharon su posición para abusar de ellas, para vejarlas, para silenciarlas...

Lo mollar del asunto es que el feminismo nos ha zarandeado a todos en estos últimos años, y muy especialmente en estos días convulsos, por un beso no consentido. Hacía falta que viésemos dónde radica la gasolina del patriarcado más rancio y conservador. El «piquito» sin importancia va a suponer un antes y un después, y más aún viendo la repercusión mediática y el apoyo que ha tenido en todo el mundo sin paliativo alguno. Un gesto que empezó de una manera singular y sin aparente importancia, como ocupar un asiento reservado para blancos, como abarcar el espacio de una habitación propia donde ejercer el feminismo con libertad.

Hasta la semana pasada, la mujer protagonista en la literatura masculina es la que ganaba mundiales y su heroicidad quedaba fuera de toda duda. Pero en la vida real los logros quedan supeditados SIEMPRE al ninguneo de los que MINIMIZAN cualquier victoria que sea capaz de conseguir la Mujer, ese asiento en el autobús que hasta las mismas mujeres recriminan que otra de su género utilice porque (todavía hoy) creen que pertenece a ellos. Es un «piquito» sin importancia... que va a ocupar otra habitación más en este edificio que habitamos y que gobiernan (todavía) ellos. En el terreno de la literatura ellas tienen la mayor importancia, en la práctica ya vemos que todavía hay mucho por qué luchar. 







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