Published diciembre 06, 2019 by

Pobre gatito

A finales de la década de los 90 del siglo XIX Joaquín Sorolla solía pintar temas históricos y sociales. De ahí nació la tristeza de la escena Otra Margarita, premiada en varias ocasiones, con mención especial en la exposición internacional de Chicago. Aquello probablemente supuso el espaldarazo definitivo que le dio fama internacional. Dejó atrás toda una obra dedicada a niños desdichados (premiada también, por cierto, en la Expo Universal de Paris de 1900). Arrastrado a buen seguro por los éxitos y la luminosidad de su abigarrada paleta, plasmó escenas soleadas de la vida en ese Mediterráneo levantino que tan suyo hacía en cada lienzo. Eran (son) mucho más alegres y agradables y de manera definitiva le proporcionaron fama mundial. Entre la ingente colección de luces y mares se encuentra uno de sus obras más inverosímiles, Jugadores de cartas, que preside el despacho del presidente del congreso de los diputados, que a fecha de hoy es presidenta. Impresiona ver cómo en un espacio reducido intervienen algunos personajes sentados a la mesa jugando a cartas en lo que se interpreta como taberna pesquera a los pies de un mar Mediterráneo que se divisa a lo lejos, al fondo más personajes que también se adivinan pescadores... todo un alarde de composición y sobre todo luz. Se palpa y se siente el salitre marengo. Pero lo principal es la partida de cartas... y un pobre gatito que se dirige hacia quien está detrás del caballete.

Resulta como poco curioso ver que esa ventana de luz rece, cual testigo penitente y silencioso, entre papeles y despachos de la presidencia del congreso. Hace unos días, la que ocupa ese trono, se encargó de lanzar cartas para que los diputados hicieran juego en ese tapete ajado y agujereado de la democracia. A continuación los señores tahúres del hemiciclo dieron constancia a la ciudadanía de lo que resultó ser la orgía más costumbrista del pueblo español. Cada cual puso de manifiesto la austeridad y la corrección, por un lado; lo estentóreo y casposo que puede ofrecer la hipocresía y los falsos patriotismos, por otro; y la estupidez y la ignorancia que, como siempre suele suceder con estos demonios, fueron los que más ruido hicieron. Todos en un tumulto de descrédito y desapego absoluto hacia la ciudadanía, a quien deberían guardar respeto, mostrándose como meros tahúres barriobajeros que juegan con cartas marcadas, y repudiando así el respeto que merece la propia cámara. De ese reducto debiera manar las esencias más dignificativas de la democracia y sólo hubo efecto espejo del costumbrismo al que ellos mismos han sometido al resto del pueblo español y continúan por el camino del hastío insoportable con ya descarado denuedo. Fíjense, hubiera valido con un «voy», o «lo veo», que es como decir «juro» o «prometo», pero no. Lo importante es dotar de vida propia la más grande de las estulticias que puede mostrar de sí mismo un ser humano: la ignorancia y su consecuente falta de respeto. Es decir, todo el mundo hablando del gatito y no de la partida de cartas.

No crean que esto es producto de la casualidad o de un hecho aislado. Que los diputados de este país tengan el mismo respeto y educación que un tahúr disoluto y desaforado, retratado con hipnótica decadencia por el mejor John Ford, Howard Hawks o Sergio Leone, es fiel reflejo de nuestra sociedad española. Esa sociedad a la que los representantes del pueblo llevan sometiendo a sus votantes a la tiranía del rencor, el revanchismo y el desprecio por su vecino por el simple hecho de tener entre las manos unas cartas distintas. Una parte de la sociedad española que ya comienza también a despotricar y farfullar contra la incipiente Navidad con la misma soltura con que se dirige al contrincante que juega con los forajidos de parche en el ojo y pistolas en ristre. La misma sociedad que nos ha traído a esa panda de irresponsables desaprensivos que ocupan un asiento en el hemiciclo... Aunque no sería justo meter a todos en el mismo saco, es a lo que nos han acostumbrado: a creer que todos jugamos con las cartas marcadas. Cierto es que siempre hay quienes dignifican donde están y respetan a los que no juegan con esos naipes bastardos.

El que firma aquí estas palabras a modo de reflexión no puede decirse que sea un analista político, así como tampoco diría que soy religioso, y mucho menos tradicionalista. Pero bien es cierto que uno se esfuerza en estar al menos informado para que no me la den con queso, aun a riesgo de que siempre haya un despreciable que te acuse de jugar con cartas marcadas: cree el ladrón que todo el mundo es de su condición. Dicho lo cual...

Que se acerque la Navidad significa que nos embargará un periodo de concordia y buenos deseos, de invitación a la reconciliación, recogimiento familiar y también espiritual. Que se acerque la Navidad significa que los peques se convierten en verdaderos y máximos protagonistas de una tradición familiar que no sólo consiste en recibir regalos y ofrecerlos. También significa dar cariño y recibirlo, repartir bondad sin esperar nada a cambio. Navidad significa recordar a nuestros seres queridos, esos que dejaron un asiento vacío en nuestro corazón, que su recuerdo ocupe ese lugar huérfano para festejar lo que siempre fue, y hacer honor al legado que dejaron en nosotros como personas, como seres humanos.

La Navidad significa esforzarnos por aunar fuerzas para acopiar amor, paz y prosperidad para el año que se avecina. Significa que la celebración ante una mesa donde podamos cenar a nuestras anchas, con ese punto de opulencia que no hacemos en todo el año, nos haga sentir agradecidos por estar vivos y por los alimentos que esperamos y deseamos no falten nunca en nuestra mesa. La Navidad significa recobrar fuerzas para que todo el año que está por venir podamos dar «gracias», «por favor», o pedir «perdón» y «lo siento»... La Navidad significa honrar a nuestros mayores, a nuestros menores, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros familiares...

No obstante, el uso que se le dé o cómo se celebre esta TRADICIÓN no es óbice para calificar la fiesta de paparruchas sin sentido, de hipocresía barriobajera, de insolidaridad y desprecio por los más desfavorecidos. Porque toda tradición que conforma nuestras raíces, que son esas cositas que están bajo tierra y por donde se alimenta el árbol de la vida, siempre tienen al acecho una legión de trolls que procuran denostar cualquier cosa que, racionalmente, no tenga sentido.

Los que respetamos las tradiciones (que no necesariamente celebramos o fomentamos) sabemos que las fechas que se avecinan se celebraban ya en la antigua Roma, que eran las festividades del nacimiento del Sol invicto del Dios Apolo, y también las «saturnalias», en honor a Saturno, que celebraban a principios del solsticio de invierno. Pero antes que ellos también los germánicos y los escandinavos celebraban en esas fechas el nacimiento del dios Frey, dios del sol naciente, la lluvia y la fertilidad (de donde proviene la tradición del rendir pleitesía al árbol de Navidad, porque ellos adoraban a un árbol de hoja perenne que representaba el universo). Pero todavía antes que éstos los aztecas, que celebraban el advenimiento de Huitzlilopochitl, dios del Sol y de la guerra, allá por el mes de Panquetzalitzli que de manera aproximada se fijaba entre el 7 y el 26 de diciembre de nuestro calendario gregoriano... y así podríamos estar largo tiempo hablando de diversos folklores populares que el mundo y la cultura cristiana han tomado como referencias para recordar al nacimiento de Cristo.

Sabemos también que el mundo está lleno de hipocresía, de falsos amigos, de amenazas, traiciones, de toda la maldad que anda sembrada por todos los rincones de la tierra y por lo que sufren seres humanos como nosotros: desfavorecidos, desahuciados, desamparados, huérfanos..., los que están solos..., los que no tienen para comer..., y todo por un puñado de guerras, de odio, de envidia, de venganza...

Sí, señores trolls, lo sabemos todo y no por dejar de celebrar la vida, por no recordar una vez al año la esperanza, la concordia, la bondad, el honor, la familia, o que al menos todo eso existe, van a desaparecer todos sus antónimos. Créanme si les digo que nosotros no solucionaremos los problemas por dejar de celebrar la Navidad, y los tahúres que están en plena partida de cartas tampoco solucionarán nada de lo que nos atañe y por lo que sufren nuestros hermanos de sangre en todo el mundo. A nosotros nos queda la solidaridad, sí, y además son fechas propicias para ser más solidarios que nunca. Pero créanme también si les digo que los tahúres del hemiciclo llevan intentando solucionarlo desde que la democracia es democracia y ningún sistema de gobierno, ni siquiera los distintos totalitarismos, monarquías, aristocracias, teocracias, ni ninguna «cracia» que valga ha conseguido erradicar la pobreza, la miseria, las desgracias, las guerras, el hambre, la desigualdad, el odio, la hipocresía..., ni ninguna de esas cualidades que nos hacen tan humanos. Nada cambiará en el planeta tierra ni en este país por declinar y volcar todo el presupuesto del mundo en paliar lo que, por suerte y por desgracia, nos identifica con lo que somos en realidad. Nos queda, por tanto, celebrar y recordar nuestras raíces, por más que queramos denostar el sentido religioso, hipócrita, o folclórico de cualquier tradición. Nos hace más inteligentes y mejores personas respetarlas aunque no nos gusten o no queramos participar de ellas.

Siempre es mala fecha para intentar recordarnos a nosotros mismos que podemos ser fraternos y hermanos, entregar nuestra parte positiva y bondadosa a estar en paz con nuestro semejante. Habría sido indiferente si se celebrara en diciembre o en agosto. Porque personas sin hogar, sin nada que echarse a la boca, desfavorecidos, desahuciados, desamparados, huérfanos, solitarios...; así como sus causantes: guerras, desastres naturales, odio, envidias, venganza...; personas como ésas, como digo, hay todos los días del año. Pero la mayoría de valientes que los traen a casa por Navidad, porque con ello pretenden crear conciencia en los demás, son a los que luego olvidan el resto del año. Ninguno de todos esos trolls les recuerdan cuando están disfrutando las vacaciones, ni siquiera cuando están en la tumbona de la playa y disfrutan comiéndose un pescadito frito o un espetito de sardinas y un tintito de verano, o un almuerzo en el chiringuito con la familia, o cuando pasan el puente en un hotel idílico o en casa de la familia, o se van de viaje al otro lado del mundo a ver a una amiga para celebrar la amistad, o simplemente cuando van a relajarse a la playita en veranito o a la casa del campo a hacer turismo rural para escapar de la semana santa... Nadie entonces recuerda al pobre gatito.

Los desamparados, que ni siquiera les alcanza para echar una manita de cartas con nadie, tampoco tienen el «privilegio» de participar en la fiesta de la democracia, porque no tienen padrón donde ubicarse ni derecho a elegir a los jugadores para defender sus derechos en esa partida de cartas del congreso de los diputados. Nadie les recuerda entonces que esa inmensa minoría no pueden ni votar. Ésos son los niños desdichados que Sorolla dejó atrás para pintar la luz y el costumbrismo que cabe en una partidita de cartas con vistas al mar. Y quizá sea por todo esto por lo que nunca nadie se ocupa de su existencia y de su bienestar. Si quieren defenestrar la Navidad, creando conciencia social a todos los que quieran respetar y auspiciar una tradición milenaria, que según la época se ha celebrado de una u otra manera, pídanle a los tahúres del hemiciclo el cumplimiento de su deber. Pero sepan que nunca un jugador otorga dividendos a quien no apuesta por él. Nunca un diputado se ocupará de los desfavorecidos porque éstos nunca tienen ni han tenido la oportunidad de votarle. Este pobre diablo que firma abajo y se dedica a poner una palabra tras otra siempre sueña despierto con aquello que escribió Ana Frank en su diario: «Qué maravilloso sería que nadie necesite esperar ni un sólo momento antes de comenzar a mejorar el mundo». Al final acabamos mirando el lienzo y nos quedamos siempre con el detalle más nimio, esperando que el mundo lo cambien los jugadores de cartas... ¡pobre gatito!







Licencia Creative Commons
© Daniel Moscugat, 2019.
® Texto protegido por la propiedad intelectual. 
    email this