Published abril 27, 2020 by

El enésimo nuevo orden mundial

Si algo reitero bastante por estos lares es la poca memoria del ser humano. Por más fatigas y calamidades que sufre, erre que erre vuelve a tropezar con la misma piedra donde se dio de bruces tiempo atrás. «Pero el hombre mismo tiene una invencible tendencia a dejarse engañar», Nietzsche. Quizá sea ésta la verdadera razón de nuestra voraz y penitente amnesia.

En la historia reciente de este siglo fuimos testigos del presunto ataque a las torres gemelas aquel infausto 11 de septiembre de 2001. Muchas fueron las voces que declararon aquel día como el primero de un nuevo orden mundial. El abajo firmante se mantuvo a la expectativa y, pasados los años, lo único que cambió fue la interesada invasión de EEUU a Irak con la excusa de poseer armas de destrucción masiva que nunca encontraron. Por si no recuerdan nada de aquel «informe de Charles Duelfer, experto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), echen un vistazo. En resumidas cuentas, lo que ahí expone es que no había nada de nada, oiga. No sólo eso, ni siquiera se hallaron evidencias de que las hubiera. ¡Y se quedaron tan panchos! Aquí paz y en el cielo gloria...

Eso sí, lo único que cambió el desastre de presidente de los iuesei, George W. Bush, fue enfrentar a los chiíes y los suníes en una guerra fratricida que mesuraba y retenía el régimen de Sadam Husein, eso por un lado, y despertar el integrismo islámico más radical que tomó a posteriori forma con el Daesh. ¿Conclusión? Nos engañaron como a bobos (a algunos sí, a otros ni por asomo), y ningún orden mundial cambió absolutamente nada. Sólo cambiaron los cromos, pero el juego ha seguido siendo el mismo. Pretender que oriente asuma los valores de occidente es como pretender construir cimientos de cartón para levantar rascacielos. Aunque ya tenemos evidencias de que occidente sí asume «valores» de oriente, y lo hallamos en el nada despreciable resurgimiento ultrafascista, que sólo cambia el Corán por la Biblia; el resto es un calco integrista cada vez más asimilado por el populacho.

En 2008 estalló una crisis económica, alentada y exportada desde algunas empresas financieras de los iuesei (otra vez el catalizador de todos los desaguisados del mundo) como si de un virus se tratase, y no es una metáfora: el modo en que se exportó la crisis al resto del mundo tuvo un funcionamiento de propagación similar. Imagino que conocen grosso modo todo el percal. Simplemente pareció que nos enfrentábamos a un cambio de sistema o de orden mundial, otra vez. Pero apenas las economías mundiales se repusieron a duras penas del mazazo y la posterior sacudida, pronto se nos olvidó todo. En especial, en lo que a la economía se refiere, a muchas de las empresas que ahora piden, e incluso exigen, un «salvavidas» para no ahogarse en medio de la vorágine pandémica, son las mismas empresas que les decían a los ciudadanos que necesitaban un «rescate», mirándoles por encima del hombro y cierto desprecio, que aprendiesen a nadar por sí mismos, que no necesitaban salvavidas que valgan y menos con sus beneficios; lo que son las cosas. Los mismos que sacan pecho porque son los que crean riqueza ahora se ven pidiendo limosnas a papá estado. Un insignificante virus restriega por el fango toda su arrogancia. En fin, que tras aquella crisis económica, de la que aún quedan facturas pendientes, todo volvió a una relativa normalidad y el supuesto orden mundial volvió a ser un engañabobos más, porque apenas nada cambió. Cromos distintos, mismo juego.

Si dos hechos tan profundamente trágicos y claves en lo geopolítico no han podido desviar el curso del supuesto orden mundial, ¿podrá esta pandemia, que tiene a medio mundo confinado, cambiar el curso de la vida en este planeta? ¿Habrá nuevo orden mundial?

Ha vuelto a ser viral un vídeo de una conferencia, de las muchas que ofrece en todo el planeta Bill Gates, en el que confesaba que los de su generación vivían con el temor de una guerra nuclear y creía que su mayor protección sería construir refugios para poder sobrevivir a la radiación. En cambio, su mayor preocupación en la actualidad es prevenir la propagación de un virus y el exterminio de gran parte de la humanidad por una pandemia. La profecía tuvo cumplida cita apenas cinco años después. Pero no nos engañemos. El Covid-19 es un virus infeccioso, su contagio es fácil y levemente mortal, pero no es ni de lejos el más peligroso y letal de cuantos nos acechan o nos acecharán.

En 2018 la Organización Mundial de la Salud publicó un informe en el que detallaba, en su capitulo tercero, las nuevas amenazas para la población mundial. «El SARS reunía las características que conferirían a una enfermedad de importancia internacional como amenaza para la seguridad sanitaria: se transmitía de persona a persona, no necesitaba vectores, no mostraba ninguna afinidad geográfica concreta, se vinculaba silenciosamente durante más de una semana, simulaba los síntomas de muchas otras enfermedades, afectó sobre todo a personal hospitalario y causó la muerte de alrededor del 10% de los infectados». Este era el ejemplo del enemigo al que todos los países debían enfrentarse antes o después y ya lo padecimos en 2003... Quizá lo hayamos olvidado, seguro que sí, porque ningún país en el mundo puso los mecanismos necesarios para poder actuar bajo criterios protocolarios ni sanitarios. Su segunda parte ha saltado a la palestra con mucho más éxito e incluso variopintos efectos especiales. Nos ha pillado desprevenidos a todos... a todos los que hemos creído que eso era un problema en el otro confín del mundo, como su primera versión. 

Existen catalogados, según la OMS, al menos siete virus mucho mas letales y potentes que el SARS nCoV-2: la fiebre de Marburgo, con una tasa de mortalidad del 88%; el virus Nipah, con un 70%; el ébola, con una tasa del 63%; la fiebre de Crimea-Congo, con un 40%; H7N9 o gripe aviar, con un 39,3%; el MERS con un 34,4%; y el SARS, del que antes hice referencia, con una tasa de mortalidad del 9,5%. ¿Qué quiero decir con esto? La alerta sobre el virus pandémico que nos trae a todos de cabeza apenas tiene en su haber una letalidad del 3,9%. Lo que en resumidas cuentas quiere decir que lo peligroso no es su índice de mortalidad entre los afectados con esta clase de neumonía, lo que se busca es que la población siga las recomendaciones de las autoridades para prevenir su propagación. Pero ni tan siquiera se pueden establecer protocolos fiables para luchar contra un virus del que no se conoce apenas nada. Sin embargo, estos virus siguen activos en mayor o menor medida en el mundo y carecen de tratamiento o vacuna. Entonces, ¿por qué tanta urgencia por encontrar una vacuna para este coronavirus y no se ha apostado, ni se apuesta, con la misma determinación por una vacuna, por ejemplo, contra el VIH, que lleva activo desde 1981? Su tasa de contagio es de contacto estrecho y específico y su letalidad mundial no supera el 1%. La crudeza siempre tiene respuestas económicas de contundencia... El coronavirus se ha propagado por el primer mundo, a diferencia de la mayoría de virus conocidos, aun siendo infinitamente más mortíferos. Si el SIDA hubiera cruzado el umbral del porcentaje letal del coronavirus en Europa y Estados Unidos, ya se habría invertido millones de dólares en conquistar el mercado de la vacuna, si acaso no la hubiésemos encontrado ya.

Es la cruel realidad. El primer mundo juega un papel crucial en el destino de este planeta y todo lo que le afecte puede remover los cimientos del orden mundial. Y si algo ha quedado patente en estos últimos meses, es que no estamos preparados para afrontar una pandemia; ni médica, ni política, ni económica, ni socialmente. Toda esta puesta en escena debería obligar a los estados de todos los mundos posibles dentro de este, desde ayer, a encauzar esta lucha dotando a sus instituciones y los resortes económicos que posee con protocolos de actuación, fondos de liquidez para situaciones de emergencia, una estructura pública tanto organizativa como sanitaria para poder responder con solvencia en casos como el que nos ocupa y sobre todo inversiones en I+D+I para prevenir lo que pudiera llegar en el futuro... Y como colofón hemos de aprender a ser solidarios con aquellos países que queden rezagados o no dispongan de infraestructuras mínimas. Porque el azote del SARS nCoV-2 no ha sido más que un amago de lo que está por llegar. No, esta no es la enfermedad X de la que hablaba la OMS hace dos años que esperábamos sin saber muy bien cómo llegaría o actuaría. Será mucho mas potente y letal. Y la única protección que tenemos contra ella es la prevención, que no es otra cosa que dotar a las instituciones públicas y sociales afectadas en esta crisis de los mecanismos esenciales y de prevención para hacerle frente.

Contamos con un enemigo común, que nos persigue y nos acomoda, que nos acompaña y condiciona la vida: la memoria. Perdón, la falta de memoria. Tenemos precedentes de olvidos muy recientes: en apenas veinte años de siglo hemos padecido, con ésta, cuatro pandemias, ataques terroristas a nivel mundial, crisis económica semejante al crack del veintinueve... Situaciones que bien pudieron cambiar el curso de la historia, pero que sólo ha cambiado el modus vivendi en pequeñas dosis. A la vuelta de una década ─quería decir un lustro o incluso menos─ nadie se acordará de toda esta vorágine. Cuando la economía se haya repuesto, cuando la crisis social no sea más que un mal sueño y la política más bien una anécdota que se estudiará en los institutos y la universidad, volveremos a las andadas y a la normalidad acostumbrada. Todo lo que hoy es una tarima de salvación mañana se olvidará.

Hoy sabemos, y somos más conscientes que nunca, que lo que de verdad hace de pegamento en nuestra sociedad es la sanidad pública, la educación, la cultura, el pensamiento libre y crítico, el arte... todo aquello que el neofascismo integrista considera enemigo de la patria para liquidarlo y campar a sus anchas. Y ésta es la teoría que más se acerca a la realidad, la de un nuevo orden mundial populista y propagandista del neofascismo, la segunda vuelta del nacionalsocialismo. Un cambio de cromos para que todo siga igual, axioma éste de Tomassi de Lampedusa. Es fácil que el ser humano se deje engañar. Aunque nos queda la esperanza de que la memoria juegue en su contra: sugería el mismo Nietzsche que una mentira necesita de muchas más para sostenerse, y éstas de otras tantas más, y así sucesivamente. Lo que entrañaría poseer una gran memoria para evitar que alguna de ellas se desintegre por sí sola, de modo que todas las demás se desmoronen como un castillo de naipes y el nuevo orden mundial se reduzca a cenizas. Y la memoria, queridos amigos, es el talón de Aquiles del ser humano. Todo cambia para que permanezca igual.







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