Published marzo 31, 2019 by

No basta renovar para mejorar

Decía Machado, grande entre los grandes, que «no basta mover para renovar, ni basta renovar para mejorar». Ahora que apenas hace un mes se cumplen cien años de la muerte del maestro, resulta que anda todo patas arriba allá por donde uno mire (no parece que vaya a mejorar los próximos años), sobre todo aquí en casa, donde también llegará la ignominia de ley sobre derechos de autor que se aplicará en todo el viejo continente. La Unión Europea aprobó el pasado veinte de marzo una nueva ley de copyright en la que defiende, todo muy loable, los derechos de los autores en todas las extensiones que ofrece internet tal y como lo conocemos hoy día. Hasta aquí, todo bien. Me pareció en su momento, y me sigue pareciendo ahora, que padres, madres, niños, abuelos, púberes y demás fauna yutubera aprovechan el vacío legal que ofrecen estas plataformas para tomar del banquete digital todo cuanto les apetezca del trabajo musical, cinematográfico, literario..., artístico en general, y convertirlo en audiencia o reproducciones, que traducido significa pasta, money, viruta, parné, cash... y sin tributar un sólo céntimo a los respectivos autores. No obstante, la directiva europea, en el artículo trece deja en manos de un algoritmo la capacidad de decisión que debe estar en manos de un juez, y esto sí que me parece poco menos que un golpe de estado contra la razón y la libertad. La palabra más utilizada por expertos en derechos de autor es «barbaridad». Y lo secundo: no basta renovar para mejorar.

Ahora que estamos en precampaña electoral (que Dios nos pille confesados, porque ni hemos entrado en el estado permanente de «consignas» y demás «barbaridades» ocurrentes y ya nos llueve torrencialmente esa borrasca) no hacemos más que oír eslóganes de todo tipo en busca de la confrontación, cosa que irá en aumento gracias a las redes sociales, con el objeto de rendir cuentas permanentes con el pasado. Unos vociferando a gritos contra otros, estos increpando e insultando a aquéllos, y entre medias están los adalides nostálgicos de la resurrección del régimen fascista criminal que asoló España, queriendo acabar con todos para ajustar cuentas generalizadas con aquellos que no piensen como ellos, dando buena cuenta, tanto gráfica como ideológicamente, qué es el fascismo y lo que ofrecen en su repertorio. Todos estos dan por bueno el verdadero origen y significado de la palabra slogan, del gaélico «slaugh-ghairm», cuyo significado literal era «grito de guerra». La evolución de la palabra derivó hasta «slogorne», consigna. De ahí que en el llamamiento político se utilicen «consignas» a modo de grito de guerra para arengar a un electorado más o menos emotivo y borreguil.

Cada vez que entramos en campaña electoral, nos encontramos en una batalla de clanes, cuyos líderes arengan a sus soldados con sus slaugh-ghairm. Y para más inri, en vez de confeccionar listas electorales con personas capaces o gestores dignos, los partidos políticos andan a la gresca confeccionando «platós» de televisión, intentando copar el máximo número de flashes y las máximas garantías de audiencia y cuotas de share: y, por supuesto, el máximo rendimiento en las plataformas digitales de vídeo para obtener de camino réditos económicos y seguidores mansos y dóciles, a base de pequeños spots fuera de contexto, que aparentemente propinan zascas al contrincante. Cuanto más famoso el personaje, sea cual sea su faceta, más posibilidades de viralizar todo cuanto diga por las redes sociales y por las plataformas yutuberas. Apenas nadie lee los programas electorales ni sirven para nada porque a la vista de todos quedó como ejemplo aquel mítico programa que encumbró al ahora ex presidente del gobierno en una mayoría absoluta infame y catastrófica para la economía española (y para la cultura, la educación, la sanidad, etc.), y que no cumplió ni un solo punto de cuantos prometió sobre el papel en campaña electoral, siendo éste el único programa electoral incumplido al completo por un partido político en la breve historia de nuestra joven democracia.

Con lo que no contábamos en este preludio de elecciones es que, además de las arengas, íbamos a sufrir la presencia infame de la ignorancia copando hasta los titulares de prensa. En esta precampaña infausta, donde nos jugamos aún más de lo que parece y la fractura de este país es ya manifiesta, entró en escena un personajete incauto e ignorante, que además resulta ser presidente de un país, y pretende dar lecciones de historia al más puro estilo yutúber, exigiendo que el gobierno de España, con don Felipe VI a la cabeza, pida perdón por algo que sólo él (y la cohorte de ignorantes que le siguen a pie juntillas como borregos) ha podido leer en su libro de historia. Porque resulta que lo que sucedió en la patria de Tenochtitlán fue una salvajada de un grupo de cuatrocientos cincuenta o quinientos españoles que tuvieron como infantería a los sometidos por el pueblo azteca, pueblos contrarios o enemigos, como los tlacaltecas. Y así se liberaron de esa tiranía con ayuda de los españoles.

Sería bueno recordar, quizá, que hasta la independencia de Méjico en 1821, la Corona recompensó a los que participaron en la conquista con una exención de todos los impuestos habidos y por haber, y que fue a partir de ese año cuando comienza la llamada «tragedia de los indígenas». Bien pensado, quizá debiera revertirse la petición de disculpas: López-Obrador debería dirigirse a su propio pueblo indígena y pedirles perdón por todas las tropelías cometidas contra su estatus de pueblo soberano. Aquella conquista no fue la de España, sino la de unos indígenas sobre otros con la ayuda de la Corona Española. Pero este es también el estilo de la campaña que nos queda por ver, la de la posverdad y la lucha por la presencia masiva en la televisión, los medios de comunicación y las plataformas digitales como YouTube. Cuanto mayor sea la barbaridad, más presencia por doquier, que traducido significa, por ende, más visitas, más pasta.

Está claro que el tal López-Obrador (y la cohorte de indignados ignorantes que dramatizan impunemente con sus eslóganes haciendo la ola) tiene de fondo un consumado espíritu yútuber de la inmediatez y el speach facilón que enganche rápido y sin pensar. Él y todos los políticos que salen a la palestra en campaña para ver quién dice la barbaridad más grande jamás contada, van con el único objetivo de contar por miles las visitas a sus perfiles y sus yutubes, convirtiendo sus barrabasadas y barbaridades en consignas para los suyos, y no para lo que debería servir en el fondo: ofrecer soluciones a los problemas de la ciudadanía, la economía, el paro, la sanidad... En el caso del presidente mejicano, su magnífica y breve exigencia no es otra cosa sino fomentar su presencia en la vida pública hispanohablante para resarcirse como personaje público y, de camino, desviar la atención hacia otros derroteros que no son los verdaderos problemas que acucian a su país y que no sabe cómo afrontar. Del mismo modo, las estrellas del firmamento político del nuestro vituperan a sus contrarios y procuran rodearse de entornos idílicos y de estrellas mediáticas para salir lo mejor posible en sus vídeos y aumentar las visitas, que a la postre son réditos que las plataformas conceden a sus partenaires. Y todos estos han dicho hasta la saciedad que han venido para renovar la política y mejorar su estatus: «no basta mover para renovar, ni basta renovar para mejorar».

Si algo espero en la aplicación del artículo 13 de la nueva directiva europea sobre los derechos de autor, es que sea un vehículo para silenciarr las bocas de aquéllos y su visibilidad en las redes, dado que esta clase social pretende «mover para renovar» y nos hacen creer que van «renovar para mejorar», y vemos sobradamente (si no nos ciega lo sectario del partidismo de cada cual) que con eso no basta. Porque la ciudadanía necesita veracidad y moviendo la caca de un lado a otro no se renueva el aire ni renovando el aire se mejora el aspecto del lugar donde esté depositada la caca. «Ya está todo inventado», decía el maestro Borges, «a lo más que llegamos es a copiar con nuestro propia voz». Así que si el algoritmo hace de juez Dred y elimina de la fanfarria a los nuevos yutúbers políticos que dominan la parafernalia mediática de hoy y silencia los manidos y anacrónicos slaugh-ghairm, que a buen seguro ya tienen propietarios, nos hará un favor a la ciudadanía. Si no es así, que es lo más probable, entonces el maldito artículo trece sólo sirve para copar titulares y, sobre todo, para ayudar a fomentar la presencia de estos nuevos yutúbers, que acumulan grandes cantidades de reproducciones, que traducido significa pasta, money, viruta, parné, cash... y por supuesto hará mejores las palabras de Machado.








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