Published abril 13, 2020 by

Breves reflexiones sobre la pandemia (II)

Hace unos días un usuario de una red social me recordó una de las muchas entrevistas que concedió Perez Reverte para promocionar el que quizá sea —a juicio del abajo firmante— su mejor novela: El pintor de batallas. Y recuerdo aquella entrevista porque hasta entonces creí ser un marciano en este mundo de terrícolas abyectos, irreverentes y pertinaces en sus aspiraciones borreguiles. «La cultura nos salva siempre del horror». Confieso que para mí fue toda una revelación. Más o menos como para Jorge Luis Borges cuando comenzaba su proceso creativo: «Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin».

Hace apenas un par de semanas vaticiné lo que sucedería en este país de cainitas en los próximos meses, incluso años. Me ha sorprendido, la verdad, el poco tiempo transcurrido en que se empiecen a cumplir los pronósticos, y aún quedan augurios por verdecer en esta pradera yerma de visión a largo plazo y sobre todo de cultura, que es como decir revelación. No obstante, para rizar el rizo, me aventuro a seguir con mis presagios haciendo breves análisis globales sobre lo que acaece en el mundo mundial y sus efectos en este país bipolar y esquizofrénico que no ha superado aún, ni democrática ni socialmente, los estragos que sigue causando la guerra civil, esa alargada sombra de fractura social en España de la que no nos recuperaremos nunca y cuyo antídoto está al alcance de todos: cultura.

Joder, ¿qué tendrá que ver todo este batiburrillo con la pandemia que nos está azotando (y seguirá azotando al resto de la humanidad hasta más allá dos mil veinte y veintiuno)? Bien. Comencemos con un titular del Financial Times «Las divisiones políticas se profundizan a medida que España lucha contra el coronavirus». Aparentemente una obviedad, pero el diario (lejos de ideales de izquierdas ni comunistas ni filoterroristas ni nada que se le parezca), cataloga de mediocridad a la oposición (sic), situándola entre las peores del mundo (y al leer esto casi me desmayo) dado el estado de emergencia MUNDIAL en el que se encuentra la salud de los seres humanos y muy en particular la de los españoles. Deja esta advertencia como una perla sobre el terciopelo rojigualdo: «Cualquiera que sea su causa, las fisuras que ahora resurgen resaltan la magnitud del desafío si el país quiere superar la crisis de salud y económica que muchos temen por venir». He ahí el problema. De nada sirve vomitar estiércol como acostumbra la ultraderecha (y los lacayos acólitos y hooligans que con ello hacen su agosto), con la connivencia de la derecha y otros elementos disociales de este país, que le hacen el juego cual sectarios borreguiles y palurdos. La única pretensión es elevar el tono de tensión y bipolaridad —con su correspondiente dosis de mala bilis— para sacar una cuota de rédito político con el único fin, cito palabras textuales de sus mandatarios, de «derrocar al enemigo». Como dije en el texto precedente a éste —ya casi me parece antediluviano—, éstos me parecen aborrecibles, pero son mucho más repugnantes los que aplauden y aúpan y propagan sus bulos y sus malas bilis para azuzar al populacho; fomentan la confrontación y el odio, material inflamable en estos tiempos de emergencia mundial, que solo sirve para incendiar lo poco de bueno que se hace para paliar los efectos de esta crisis sanitaria.

Aún parece que no nos hemos percatado de que el ser humano se enfrenta a un problema, por el momento, desconocido de solución, hasta el momento, desconocida y cuya magnitud y prolongación en el tiempo es desconocido. Los que más saben de esto aprenden a marchas forzadas para hallar la solución a este entuerto en el que estamos envueltos, gracias y por bienaventuranza del interesado gobierno chino. Según relatan testimonios vivos de quienes han trabajado y vivido en aquél país, el SARS CoV-2, coronavirus o COVID-19, llevaba circulando sospechosamente desde meses antes de la fecha oficial de aparición (diciembre-2019). Han secuestrado información fiable desde entonces y no ha sido hasta febrero, cuando el problema se les fue de las manos, que la OMS tuvo una idea global y aproximada de la virulencia y nivel de propagación del virus. Sospechoso es, además, que una buena parte de la información a la que he accedido sobre el desarrollo del virus en el mundo hasta hoy, ha desaparecido. Dicho esto, bueno sería recalcar que los tres amagos de pandemia precedentes a la que nos ocupa ahora han tenido su origen en el mismo país... y todavía no he oído alzar la voz a nadie exigiendo responsabilidades o, al menos, exigir un mínimo de control sanitario en el sector alimentación.

Pero, claro, aquí, en la España cañí, aun siendo conscientes de que nos enfrentamos a un «enemigo» desconocido, las voces permanentes que exigen actuaciones de facto a este gobierno (que no se puede decir que esté gestionando todo esto de manera impecable, ni mucho menos), cual si de un experto en la materia se tratase (independientemente del color que tenga ahora), son negligentes, estúpidas y arribistas: el 99% de la población es incapaz de armar una estantería de IKEA sin las instrucciones pertinentes y exige que sepa atajar un problema de índole mundial del que apenas se tiene un puñado de información relativa para prevenirse, tanto del contagio como de infectar al vecino; y aún menos que carezca de dudas y mucho menos de errores. Unas exigencias que afectan a cualquier gobierno de cualquier parte del mundo.

Hay algo que ya va quedando claro a todos: esta crisis sanitaria mundial, esta crisis pandémica no va a cambiar nada el orden mundial, quizá en lo que a la economía respecta, y nada en lo social. Ese miedo a que va a cambiar el sistema acelerará la oleada que ya iba azotando al resto del mundo. Los políticos en general utilizan el símil de una guerra mundial, pero ni  la movilización económica, ni social, ni política pueden siquiera asemejarse a la que sumió a Europa y gran parte del mundo tras la segunda guerra mundial. Hallamos muestras evidentes en la falta de solidaridad entre los mismos países de la unión europea, donde los predominantes socios del norte desprecian el impacto económico y social que tendrá esto en países como Francia, España o Italia; y que si necesitan pasta, que pidan un crédito, pero eso sí, el IVA que lo paguen...  

Hasta ahora, en geopolítica, hemos visto, a lo largo del transcurso de esta crisis, que China ha luchado de manera fraudulenta (secuestrando información valiosa, mintiendo tanto en los datos reales como en la valoración real del virus, y por último declarando un estado de alarma cuando ya manejaba información fiable) por liderar el transcurso de la pandemia ante la ausencia total de liderazgo de EEUU, tradicionalmente el catalizador internacional de los conflictos mundiales por excelencia. Las Naciones Unidas es un elemento marginal o residual en este entuerto, un cero a la izquierda, vamos, porque no está ni se le espera. En Europa, la Unión ha hecho, deshecho, ordenado y dejado de ordenar a cada país sin dejar sentadas las bases de un criterio regularizado, no ha resuelto un modus operandi colectivo siquiera; y cada país, falto de previsión alguna ante la evidencia y la información contradictoria de la propia Unión, ha hecho la guerra por su cuenta del mejor modo posible. Todo esto me hace sugerir que la tendencia, frente a la falta de liderazgo de un mundo que da la impresión de ir a la deriva, es la aparición de caudillos prometiendo pan y seguridad... y ya sabemos como desemboca este axioma; mucho me temo que a buen seguro reviviremos viejos éxitos (y trágicos) del siglo XX.

A título personal, soy consciente del horror, el que va a sufrir gran parte de la humanidad, incluyendo España como animal de compañía, tras esta crisis sanitaria. La necesidad de afrontar unidos la pandemia (cada vecino, cada población, cada ciudad, cada provincia, cada región, cada país, cada continente), es pura necesidad de pervivencia. Cuanta mayor la unión y el compromiso, menor tiempo de sufrimiento. En este momento, más que nunca, es necesaria la unidad, independientemente de lo mejor o peor que lo hará este o aquel gobierno; porque de lo que aún no es consciente la inmensa mayoría de este planeta es que, en primer lugar, este virus nos iguala a todos, seamos de la condición que seamos y tengamos la posición social que tengamos (motivo más que suficiente para unir fuerzas); y en segundo lugar, que necesitaremos unos de otros de manera solidaria porque de otro modo nunca saldremos de ella. De nada sirve, como dije al principio, quejarse de que los míos son los mejores o lo habrían hecho mejor, o estos me caen mal y ojalá lo hagan mal para que se quiten ellos y nos pongamos nosotros. Porque, insisto, esto no es un problema doméstico y hay en juego cientos de miles de vidas humanas, que pronto serán millones.

Gentuza como el ex ministro Corcuera, como cabeza visible de TODOS aquellos que en éste, y en sus respectivos países, despotrican del gobierno, de éste o de cualquier país, no hacen más que fomentar la crispación y la fractura social (la que vendrá después de la crisis y que precederá a la crisis económica y desembocará por último en una crisis política). Si éstos, y todos los que no me parecen mejores que esos malnacidos que se saltan el confinamiento, tuviesen el nivel de decencia necesario como para respetar a los miles de muertos y a los cientos de miles de enfermos que sufren en las UCIs de cada provincia, quizá cerrasen sus bocazas o guardasen su lengua en el ojete calentito por donde defecan y procuraren no emular a la eterna figura del cuñao que todo lo sabe y todo lo arregla desde el sofá de casa, incluida una pandemia mundial, pero tiene que mirar con detenimiento las instrucciones de la estantería del IKEA para no cagarla y poner pomos en vez de tornillos.

Parafraseando al ínclito, despechado, ignorante, borrego y venido a menos ex ministro Corcuera, como adalid de todos esos dementes sin escrúpulos ni respeto ante las víctimas, enfermos y sanitarios (que desde sus camastros o sus cuidados son testigos de esta lacra que los aniquila o mina moralmente), tiene razón en que el Gobierno es Amancio Ortega, es Ana Botín, es Juan Roig, es Rafa Nadal o Pau Gasol, que aportan su granito de arena con lo mejor que pueden o saben; también es SEAT como representación de todas esas empresas que han modificado su cadena de producción para adaptarlas a la confección de material sanitario y producción de geles hidroalcoholicos; y también es Gobierno todos esos que hacen mascarillas caseras o se confinan en casa; y también lo son todos los que participan en la cadena alimenticia a quienes les debemos el pan en la mesa a diario... así como el ejecutivo de este Gobierno es la representación de la política de este país como una única cabeza visible frente a la adversidad. Todos son Gobierno, señor Corcuera, no sólo los que le limpian el culo y le dan bola allá donde le abren una ventana para que diga las gilipolleces seniles que acostumbra a decir. La diferencia es que usted no es, ni de lejos, mejor que los que aprovechan para promover caceroladas contra la monarquía o contra este Gobierno o contra cualquier cosa que apunte a unos intereses particulares o partidistas, ni mejor que los que se saltan el confinamiento porque quieren irse a pasar el puente a su segunda residencia o por cualquier otro antojo, ni mejor que las empresas que aprovechan esta circunstancia de emergencia para hacer su agosto (incluidas la mayoría de farmacéuticas con su sobrecoste de productos de primera necesidad), ni mejor que los que promueven constantemente bulos para embrutecer el desasosiego de la población. Porque esos «famosos» a los que usted alude ponen un granito de arena sin hacer apenas ruido, sin agredir ni desacreditar a nadie, simplemente arriman el hombro conscientes de la importancia del tiempo en que vivimos. Y los segundos, como usted, no hacen más que ahondar en la fractura social con el fin de azuzar al populacho borreguil, como usted, que se deja llevar por las vísceras, sin el denominador común que nos diferencia de los animales (aunque visto lo visto, mas nos valdría volver al australopíteco). Yo me quedo con esa gente, señor Corcuera, con esos que usted menciona, porque representan al Gobierno y arriman el hombro, sin una palabra más alta que otra ni derribando ningún frente. Porque del horror, de éste que padecemos ahora y en especial del de todos los Corcueras del mundo, me salva, nos salva, la cultura. Todo esto ya lo leí antes, lo estudié antes y lo asimilé antes de que lo que acontece nos haya atropellado como a bellacos. Aunque lo peor de todo es que ya sé cómo va a continuar y terminar el cuento que, como a Borges, esta inspiración comenzó en una revelación, siempre desde mi modestia, y consciente de mi sosiego omnímodo que me envuelve de cierto tizne de indiferencia... No creo que vaya a cambiar a nadie con nada de lo que diga, pero al menos me quedará el consuelo de que la cultura me salvará del horror... y al menos comprendo su revelación.







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