Published junio 01, 2020 by

Sólo una España

Hace unos días revisité la mejor evocación que quizá se haya hecho hasta ahora sobre esa relación amor-odio entre Pat Garret y Billy The Kid. La obra maestra de uno de mis directores favoritos, Sam Peckinpah, deja muchos mensajes en ese relato que narra las peripecias de dos amigos que acaban como creo que todo el mundo sabe ya. Quizá el más evidente sea el reguero de muerte y desolación que puede dejar el ansia que provoca la locura de querer destruir a un hermano, vecino, amigo, congénere... oponente: los daños colaterales.

Uno del lado de la ley, odiado por todos, con sus habituales abusos de poder y desprecio por los demás. El otro un forajido que, sin embargo, lucha en su cruzada contra la mafia de los oligarcas por apropiarse de la comarca; un cuatrero, además, querido y admirado por todos. Entendí entonces que cobró toda una significación especial esa dicotomía simbólica y lo que orbita por ella. La esencia se desarrolla en el final de la primera secuencia. Rodeados por los secuaces de Billy, los protagonistas dejan claras sus posturas: uno que seguirá su camino de confrontación y saqueo contra el tirano oligarca; y el otro, recientemente nombrado sheriff del condado, le da cinco días para huir mientras celebran la amistad al calor del whisky de garrafón mientras rememoran viejas batallas. Cuando Pat Garret, tras reiterar la petición a su amigo, se marcha, uno de los secuaces le pregunta a Billy: «¿Por qué no le has matado?». «Porque es mi amigo», sentencia. Algo de lo que nunca dudó en hacer Pat Garret: la ley estaba por encima de la amistad.

Me gustaría hacer un inciso. Hace no mucho leí a Rafael Narbona un pensamiento que hago mío por representar a la perfección el sentir unánime de quien se decante a favor de la democracia. «Un hombre libre abraza ideas, no dogmas. No se somete a una ideología. Piensa con libertad, sin aceptar la disciplina de partido. Su visión del mundo se basa en el contraste, el análisis, no en consignas rígidas y empobrecedoras. Rectifica sin miedo y acepta los riesgos». Aquí radicó la diferencia entre Pat Garret y Billy The Kid: uno pensaba por cabeza ajena y el otro por la propia. Por lo tanto, me van a permitir que hoy me despache a gusto, porque ya está uno hasta las narices de tanto palurdo suelto diciendo barbaridades y estupideces que ni ellos mismos entienden. Y eso que el abajo firmante es sólo un piltrafa que de vez en cuando lee libros. Pues si hasta yo me doy cuenta...

En fin. Después de esta semana negra he podido constatar lo que fue, ha sido, es y será un país como esta España mí , esta España nuestra. Algunos creen que lo que hoy acontece (y que se viene repitiendo con asiduidad en democracia en las últimas décadas) ya lo vivimos en los prolegómenos de la guerra civil. Es una especie de cerrazón reconocer que estos momentos lo hemos vivido cientos de veces en nuestra historia. A un pueblo cuasi analfabeto como el nuestro no se le puede pedir ni exigir más de lo que ofrece. No es de extrañar que algunos países del norte no quieran ayudar a países del sur de Europa porque, en especial España, son estados que no saben gobernarse. No sólo secundo la moción sino que hasta la ratifico. NUNCA hemos sabido gobernarnos y nunca sabremos hacerlo porque nuestro sino es el cainismo y el quítate tú pa ponerme yo. Porque si usted habla en público, pongamos por ejemplo, de sentido de la camaradería, explota la cabeza de millones de españoles, y entre ellos reputados periodistas, acusándole de rojo comunista. Y así todo, oiga. El periodismo, la sociedad, la política, ha virado hacia un hooliganismo impropio de una sociedad que se presupone culturalmente avanzada y democráticamente asentada.

España es ese país que suele perder los trenes que llevan a destinos ensoñados y que toma los siguientes de manera incierta para intentar alcanzar el que se escapó; en última instancia se baja en la primera parada que ve factible ante el fracaso de alcanzar su tren, con la maleta vacía y sin dinero porque le han robado la cartera, y cuya parada suele ser siempre un lugar insospechado donde reconstruir una vida que vuelve a desmoronarse en cuanto pasa otro tren y cae en la misma desidia de perseguir los ya perdidos para repetir el mismo final. Si tan sólo hubiésemos elegido, cuando se tuvo oportunidad, el Dios de la reforma y no el de la contrarreforma, quizá éste hubiera sido un país crítico, culto, con hábitos democráticos saludables y de lectura, dados al debate dialéctico y al consenso democrático. Pero elegimos un Dios oscuro, vil, pendenciero y vengativo, que fomentó entre la ciudadanía y sus feligreses la envidia, la traición, el analfabetismo (ni siquiera nos dejaban leer la biblia para entenderla), la confrontación permanente, la represión y el engaño.

Nos han vendido que vivimos ahora en las dos Españas, la de los rojos o los azules, la de la izquierda o la derecha, la del blanco o negro, la del católico o ateo, la del monárquico o republicano, la del taurino o antitaurino; y sin embargo es la misma. El resultado de lo que somos es una herencia del veneno que durante siglos nos han obligado a tragar. Si hubiésemos elegido desde el inicio de los tiempos la guillotina, como nuestros vecinos alosanfanes, para cercenar las testas de todos esos que dirigieron los designios de este país de manera vil y pendenciera, seríamos un país distinto, quizá mejor preparado y más abierto al dialogo y el consenso. Sírvase de ejemplo que sólo aquí se permite, y sale gratis, alzar la voz en la más excelsa cámara de la democracia, el Congreso de los Diputados, y acusar de terrorista, con la consabida cobardía de vilipendiar contra alguien ausente que no puede defenderse, a quien opuso resistencia al régimen fascista del generalísimo a base de repartir octavillas en favor de los trabajadores. Eso en un parlamento como el francés o el alemán sería impensable, además de penado por la ley: llamar al hijo de un partisano o de la resistencia «terrorista», por luchar contra el fascismo nazi, sería como pegarse un tiro en el corazón. No somos capaces ni de reconocer a un hermano entre nuestros propios contrarios. No estaremos ni comprenderemos jamás el espíritu de Billy The Kid de Sam Peckinpah.

Quizá sea eso lo que mejor define lo que es España: un pueblo cuasi analfabeto que jamás podrá ser demócrata en su más amplio significado porque NUNCA ha tenido la capacidad de discernir o de esforzarse siquiera si lo manipulan o lo engañan; nunca ha tenido la capacidad crítica de alzar la voz cuando le venden una moto por un yate, gato por liebre. Sólo repite mantras o consignas de partidos políticos con los que se autocomplace, porque replica con sus actitudes lo miserables que somos para nosotros mismos, perfectos cainitas.

España es un pueblo que mira al oponente con vileza e inquina resabiada porque no ve un contrario u opositor a sus opiniones, ven a un enemigo. Y así, el que es monárquico, o antitaurino, o del Real Madrid, ve a un ser despreciable y odioso a todo el que ose poner una voz más alta que otra que piense o sienta de manera contraria. No somos capaces de ponernos de acuerdo ni para jugar al parchís. Así que imaginen acordar algo decente con el oponente político, siempre y cuando no tenga en perspectiva arañar una ventaja para sus correligionarios, aunque para ello se sirva de utilizar el dolor de las vidas de miles de personas. Sólo se puede llegar a ser ruin y canalla para solventar la papeleta de esa manera, y así lo verifica la RAE: miserables. Y en este país, mis ilustres ignorantes, esto ha sido, y es, el pan de cada día. España representa ese Pat Garret que no duda en disparar a su amigo, oculto en la oscuridad y a traición, en cuanto se le ofrece la oportunidad.

España es un país lleno de analfabetos que se dejan convencer por un pedazo de pan con chorizo mientras la oligarquía económica regala esas baratijas, porque son las que les sobran y desprecian de esa la basura de la que hacemos gala como si de exquisiteces se tratase. España es un país cuasi analfabeto porque nunca prima en su ánimo conjunto participar de un debate intelectual, ni siquiera se esfuerza en asistir a él con un mínimo de garantías informativas para poder reaccionar de modo ecuánime y con sentido, siquiera para estar informado. Todo acaba siempre en gritos e insultos. Todo se embarra siempre con mentiras, hemerotecas y el eterno «y tú más». Nunca hay margen a sentirse equivocado, nunca hay espacio en reconocer los riesgos y los errores. Somos maestros en el juego sucio, en el engaño y la pillería, si con ello sacamos provecho o partido. España es un pueblo cuasi analfabeto culturalmente, manipulable y maleable como el estaño. Porque a todos los gobernantes, reyes y dictadores de la historia les ha interesado y ha promovido tener a un pueblo inculto e ignorante que reaccione con las tripas, sin ánimo de análisis ni ecuanimidad, y les defienda con la visceralidad que aprendieron de ese Dios patrio que pretendía convertir a todo hereje a sus doctrinas y someterlos a hierro y fuego para salvar su alma. Nadie quiere a incordios que se pasen la vida preguntando y exigiendo. España, en definitiva, es ese país donde la cultura es un arma de la política cuando en realidad la cultura debería ser el armazón de la política, la base donde se sostiene; porque la cultura es educación. Pero no, la política sólo busca arrinconarla o anularla en todas sus formas o vertientes y vemos las consecuencias de tantísimos analfabetos hasta en el templo del consenso y la democracia, en las instituciones, y cómo no, en la calle. Borregos y hooligans amaestrados según el pastor que les guía.

España es un país que jamás entenderá que la democracia precisamente lo que defiende es el derecho a poder pensar de manera distinta y además es el mecanismo que ayuda a PROTEGER esa libertad a expresarlo. Sin embargo, la convertimos en nuestro salvoconducto y, a la voz de «la calle es mía», se persiguen y por último se silencian todas las opiniones distintas o contrarias o minoritarias. Amamos la censura, amamos el boicot al que no piense como nosotros. Lo ponemos en práctica hasta en el día a día cotidiano. Y si no podemos acallarle, lo desacreditamos o insultamos hasta que la desidia le impida salir a la puerta de la calle o los contrasentidos de una justicia manipulada, obsoleta y dependiente le impida abrir la boca. España es ese Pat Garret que no dudaría en abusar del poder para ajusticiar a su amigo a traición, con nocturnidad y alevosía. Joder, lo que daría yo por poder oír una conferencia de Musolini o de Stalin de sus labios y tengo que conformarme con lo que hay escrito; que no es poco, pero no es lo mismo.

Ahora ya tiene la libertad de encasillarme en la categoría de hereje, porque presuntamente estoy satanizando a la patria y la bandera con las verdades del barquero y eso probablemente ofenda su sensibilidad, su integridad y lo que entiende de forma torticera como democracia. Tanto los rojos como los azules, los monárquicos como los republicanos, los del Barça como los del Madrid, los cristianos como los ateos, me lanzarán a la hoguera y gritarán «al infierno con el hereje»; eso es lo que recibe siempre el agente libre que piensa sin rendir pleitesía a ningún dogma, ni sigue consignas políticas de ninguna clase, ni se arrodilla ante ningún Dios. Lo único que se me ocurre decir es que, antes de abrir la boca, lea un poco, porque este país lo necesita con urgencia. Necesita que usted lea, se informe y procure sacar sus propias conclusiones sin consignas políticas que enturbien las aguas límpidas de su propio criterio, aunque éste vaya en contra de su querencia, deseo o ideales. Sea valiente si sus conclusiones no concuerdan con los mantras que le han inculcado a cambio de un trozo de pan con chorizo. Y dicho todo esto, con toda probabilidad usted seguirá sin comprender el porqué un amigo, de verdad, de alma y corazón, nunca sentiría odio ni mataría otro aunque cada uno discurra por un extremo del mismo camino... así como tampoco entenderá que el abajo firmante sienta que España, a pesar de todo, es un país maravilloso. 






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