Published julio 06, 2020 by

Falsa solidaridad


Para poder escribir sobre esto, he aguardado un par de semanas con tal de cerciorarme de cuanto expongo aquí. Y visto lo visto voy a quedarme cortito. Según la RAE, solidaridad es la «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros».  Como tal, la palabra tiene una procedencia asociada por varios términos semánticos. Para no hacer de esto un panfleto filológico, digamos que el origen puede establecerse en su étimo latino in solidum, que hace una referencia directa al mundo de la construcción, y su relevancia tiene valor de cohesión, de unión entre las diversas partes implicadas, de equidad e igualdad de aportaciones estructurales. Lo que queda claro es que la adhesión a una causa de cualquier otro tiene un fin constructivo, la de levantar, con ayuda y aportación equitativa, un proyecto, trabajo o iniciativa.

Al parecer, el primero en emplear esta palabra con ese sentido etimológico fue Pierre Lerroux (1797-1871). Su intención era reemplazar la caridad del cristianismo por la solidaridad humana. En su libro De l´Humanité, hace de la solidaridad una característica antropológica convirtiéndola en apoyo o soporte para superar la división del género humano en naciones, familias o propiedades, estableciendo así una unión entre los hombres. Este concepto semántico más bien lo aproximaba al término filantropía. En última instancia he de decir que esto, con el paso de los años y el contexto histórico en el que estamos, ha sido un craso error. Y me explico. 

Solidaridad tiene que ver con sumar, con construir, con apoyo, con soporte... Aunque es un término que se ha superpuesto a la caridad hay una diferencia clara entre ambos términos, no sólo en lo etimológico. Dicho grosso modo, la caridad es una actitud solidaria (no un hecho), como dice la propia RAE, «con el sufrimiento ajeno, o limosna que se da o auxilio prestado a los necesitados». La solidaridad, en cambio, no trata de una limosna o una actitud, sino una forma de construir, un modo de arrimar el hombro para ejecutar un proyecto o trabajo, no está exenta de una actitud humilde, caritativa; del mismo modo que la caridad no está exenta de una actitud solidaria. Cuando uno construye nunca aporta lo que le sobra, sino el material del que uno dispone para solidificar su propio feudo y distribuir el peso de esa propiedad en un proyecto ajeno. Dicho de otro modo: la solidaridad es la forma de compartir y aportar lo que uno tiene para paliar las carencias de otro con el fin de construir o salvaguardar un objetivo común. Compartir lo que uno tiene, no lo que a uno le sobra.

En estos últimos tiempos se confunde en demasía estos términos, de ahí que considere craso error haber estimado oportuno sustituir solidaridad por caridad, maquillando los conceptos para procurar no denigrar, ofender u atacar ningún estamento, grupo, personas o colectivos. Dicho de modo más castizo: la gilipollez suprema a la que estamos ya acostumbrados en este siglo XXI, que por no ofender, terminamos atacando, destruyendo y borrando el pasado. No es lo mismo caridad que solidaridad, habría que dejarlo claro de una vez. Sumarse a la causa, cual fuere ésta, no significa que uno sea solidario. La suma de las fuerzas implica una «construcción», un «apoyo» o «soporte» hacia personas, instituciones o cual fuere el beneficiario. Y es precisamente ahí donde radica la confusión. Es decir, que una organización pida ayuda solidaria, no significa que los que aportemos seamos solidarios, porque eso no implica sumarse a la causa (sí el que trabaje aportando desde un mismo nivel), sino más bien una actitud solidaria; o lo que es igual, un acto de caridad. Solidarios son quienes trabajan en esa empresa y construyen un bastión en forma de soporte o ayuda hacia otros. Los que contribuyen lo hacen por mor de ayudar o por caridad. Así, quizá, conocer de qué lado estamos nos hará comprender mejor el porqué esta sociedad en la que vivimos puede ser una sociedad caritativa, pero en modo alguno una sociedad solidaria.

Esto podemos observarlo en el día a día de este sistema postapocalíptico que hemos comenzado a vivir cuando la sociedad necesita, más que nunca, de la verdadera solidaridad de cada uno de nosotros. En efecto. Cuando digo solidaridad quiero decir que entre todos podríamos construir una sociedad más segura aportando precaución, distanciamiento social, higiene frecuente de manos, mascarilla... al menos mientras dure esta pandemia que está poniendo en el foco lo peor de nosotros mismos y sobre todo ese afán de que todo el mundo vea lo «buenos y solidarios» que somos. Pero nos encontramos, en realidad, una sociedad incivil, insolidaria, que antepone su propio egoísmo al bienestar social y sanitario general. Los hay incluso que defienden que son los mínimos. Sólo hay que salir a la calle cinco minutos para comprobar que no es verdad. Alguno quizá podrá acusarme de ser un desvergonzado bocazas metomentodo. Quizá hasta tenga razón, pero alguien tenía que alzar la voz para comentar algunas verdades del barquero sobre la realidad, la auténtica realidad que vivimos, mirusté; y donde todos tenemos que pagar un precio, seamos niñas bonitas o no.

Lo único que veo en esta sociedad de egoístas caprichosos, sobrecargada de infantilismo, preñada de postureo e INSOLIDARIA es incivilidad, falta de verdadero compromiso, ignorante e inculta en sus reivindicaciones y por encima de todo postureta. De nada sirve haber inundado todos los balcones de España con banderas y aplausos, con mensajes de esperanza y alegría, cuando percibo desde todos los ángulos de esos balcones que a la inmensa mayoría (y estoy siendo indulgente) le importa un pimiento la pasada lucha de los sanitarios en las urgencias y las UCIs, le importa un huevo de pato las fuerzas de seguridad del estado y los servicios de protección civil, les importa una patata frita caducada todos esos que han estado al pie del cañón suministrándonos los alimentos necesarios para que no tengamos ningún tipo de carencias... ÉSA ES LA REALIDAD. Ni siquiera sabemos (ni queremos) utilizar las mascarillas como es debido, así que imaginen ser de verdad solidarios. Y me apena ser ese pájaro de mal agüero que se aventura en ocasiones a profetizar cosas que luego se cumplen. Pero es que la sociedad se ha vuelto tan previsible que hasta los pseudoprofesionales de la videncia se devalúan a marchas forzadas porque cualquiera que se lo proponga puede ser previsor del futuro generalizado.

Pongamos como un ejemplo de muchos, muchísimos que podría, esa inmensa mayoría del gremio de la cultura que tiene siempre como premisa hacer llamamientos a que acudan a sus presentaciones, a sus lecturas o clubes de lecturas, a sus exposiciones, a sus conciertos..., pero llega la hora de la verdad y no se les ve ni se les espera. Eso sí. Para poner la mano a las ayudas del estado y exigirles mucho más, sobre todo abrir la boca para despotricar a diestro y siniestro, para eso sí se solidarizan con la causa de luchar contra el poder. Pero para lo demás, ya si eso tal. 

Es tan simple de comprender que el mero hecho de que comiencen a proliferar los rebrotes por doquier (que llegarán, no les quepa duda) es el síntoma más claro y evidente de que estamos marcados por el pasotismo, el egoísmo y la insolidaridad, por el yo primero y que se joda el que venga detrás. Que el postureo de salir al balcón a aplaudir era puro márquetin de nosotros mismos. Que nos importa una mierda tanto la sanidad como sus sanitarios, y aún menos las decenas de miles de fallecidos por esta pandemia, que serán más. Esa es la realidad, y maquillarla con cualquier otra cosa me parece de una hipocresía fuera de toda órbita farisaica, por más dolorosa que parezca. Y, además, ser solidario no significa quedarse en casa por miedo a contagiarse. Si de verdad quiere ser solidario, póngase mascarilla, respete el distanciamiento social, higienice con frecuencia sus manos, respete las normas de la «nueva» realidad que vivimos, y luego ya si eso, cuando llegue el momento de aplaudir en el balcón (porque se reeditarán viejos éxitos), aplauda sin complejos y con orgullo a quienes lo merecen. Comience así a construir una casa por los cimientos, y no por los balcones, que es como se ha estado construyendo la 1«solidaridad» en estos últimos meses. Y si no, adhiérase a la causa de esa inmensa minoría que sí lo hace. Eso sí es SOLIDARIDAD: compartir con los demás, no lo que nos sobra para que otros tengan algo (eso es caridad), sino lo que tenemos al alcance de nuestra mano y con lo que construimos nuestra realidad, y de manera equitativa entre todos, para que todos luchemos en igualdad de condiciones frente a un problema común. Y algo importante que se me escapaba: haga lo que haga, «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mateo 6:3,4). 

                                                                                                                                  



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