Published febrero 11, 2021 by

■ Chismes

Hace apenas un par de semanas se hizo público el contrato del astro del balompié, Lionel Messi. Este hecho ha dado lugar a una cascada de «filtraciones» (es el modo elegante de calificar los chismes) sobre los sueldos de famosos y personajes de la vida pública en general; la cascada no cesa de crecer. Un ejercicio que se me antoja lleno de impudicia, falta de decoro, y lo que me parece más grave, una intrusión a la intimidad. Esto me hace cuestionar, en primer lugar, la gestión que se hace en España del cumplimiento de la ley de protección de datos, y en segundo lugar, la europeización de este país, que sigue echando en falta un buen tratamiento anticaspa, que gasta muy mala leche y que la envidia es la bandera común que ondeamos sin pudor, sustentada desde el asta del egoísmo. Y es que estas filtraciones huelen a leña en la lumbre de la indecencia; quiero decir, que de lo que se trata es de prender la hoguera de las vanidades y meter en el foco de la quema a todo aquel que su sueldo supere con creces el mínimo por el que uno se ve obligado a declarar sus emolumentos a hacienda. Pongamos el foco en esos indecentes que ganan un pastizal y quemémosle. Eso sí, del montante que estos personajes pagan a hacienda, ya si eso tal...

Vivimos por desgracia en un fallido sistema económico que valora lo que genera dinero y no lo que genera valores —permítaseme el juego de palabros— o protección sanitaria, y así nos va. No hay más que echar cuentas de todo lo que hemos perdido en esta pandemia y lo que nos queda por perder. Lo que no perderemos será la costumbre de olvidar pronto lo ocurrido para volver a repetirlo a la vuelta de la esquina. Visto lo visto, si hay algún ingenuo que crea todavía que la pandemia nos ha cambiado, es que no ha leído suficiente Historia y desconoce cómo se las gasta el ser humano. Además, hemos declarado abiertamente como grupo social que preferimos el populismo de los gritos y el insulto, que de eso andamos sobrados por estos lares, a las razones y los datos objetivos (dese una vueltecita por los años treinta del siglo veinte y hacia donde fuimos apenas una década después). En fin, a lo que iba, que si estos individuos perciben esas cantidades indecentes de dinero es porque generan aún más para sus empresas, mucho más que muchísimo y muchísimo más que más de lo que perciben. De otro modo, aquéllas no permitirían desembolsar líquido más allá de lo que permitieran sus márgenes de beneficios.

El éxito inusitado de la prensa y la televisión del corazón en este país, que se prolonga en el tiempo como una interminable calzada que desaparece en el horizonte sin destino posible, se debe a que aquí nos gusta zambullirnos en la vida de los demás, independientemente de si éstas pertenecen a conocidos, amigos, enemigos o simplemente famosos. Queremos saber qué hacen, qué visten, qué dicen, qué comen, con quién se meten en la cama y últimamente qué ganan. Queremos conocer los chismes para poder socializar y confraternizar con nuestros vecinos o amigos y criticar aquello que hacen, visten, dicen, comen, fornican o ganan, con el objeto (secreto a voces) de soñar con tener esas vidas y el deseo de suplantar o emular sus identidades. 

Es una realidad que existe desde el principio de los tiempos. La historia de España se nutre de infinidades de ejemplos ilustrativos. Si alguien molesta, incomodamos el camino, le zancadilleamos o simplemente lo eliminamos para apartarle del mismo. Una realidad que nos atropella y que ni siquiera con la ley en la mano se merma la capacidad de airear los trapos sucios del vecino, amigo, compañero o famoso de turno, con tal de salir beneficiados de ello. Los clásicos griegos están llenos de traiciones y engaños que ponen la dovela de este marco incomparable de los chismes y felones.
 
No obstante, siempre que suceden estos desmanes, me hago la misma pregunta: ¿quién sale beneficiado de la tormenta que se desata? En este caso, ¿quién(es) es(son) la(s) persona(s) o entidad(es) que acaba(n) disfrutando de una posición ventajosa para negociar, resarcirse o liquidar la reputación de alguien? Véase Jasón y Madea, Agamenon y Clitemnestra, o Adriana y el rey Minos; o desde el principio de los tiempos Caín y Abel. Es una costumbre muy antigua eso de poner en mal lugar a alguien o directamente liquidarlo para suplantarle por una posición ventajosa. Es muy cañí eso de «quítate tú que mejor me pongo yo». Es un hecho que suele llegar a buen puerto porque nos gusta la morbosidad que produce el chisme de un tercero. Prestamos atención y lo propagamos como un virus, sin tener en consideración ni las consecuencias ni las vidas de quienes se atribuyen esos malabarismos de la realidad, sin considerar siquiera la verosimilitud de la narración que asumimos como certera, y, lo más grave, sin contar con la inestimable versión de los hechos de quien es objeto de ostracismo. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

La cuestión debería estar en por qué este fallido sistema capitalista permite que un futbolista gane más dinero, en proporción, en cinco años que lo que se invierte en investigación contra el cáncer, que se sostiene gracias a la filantropía y a las ayudas de la tan denostada Europa. Porque tan sólo en este aspecto, el cáncer le cuesta a las arcas del estado 19.300 millones de euros, de los que el 55% los asume el sistema sanitario*. Y sólo hablamos de los costos del Cáncer, no de su investigación que no es ni una décima parte. No digamos ya las enfermedades denominadas raras, que lo que gana un futbolista de élite en un año da para investigar durante un lustro cualquiera de ellas.

Y ahora que está de moda la estampida de youtubers (y famosos, deportistas, empresarios, etc.) a paraísos fiscales, esgrimiendo la excusa de que les cuecen a impuestos y pagan un pastizal (que según dicen sólo sirven para pagar la vidorra que se dan los diputados y políticos de este país), yo, la verdad, les insto a que saquen a pasear su patriotismo español y piensen en positivo, en lo verdaderamente práctico: a dónde van a parar la mayoría de los impuestos. Porque la realidad (no el pooulismo casposo, fascistoide y barato al que se agarran para justificar lo injustificable) es que la inmensa mayoría de sus impuestos se derivan a sanidad, educación, infraestructuras, carreteras, etc. Para que cuando enfermen (ellos o sus padres) tengan un hospital al que acudir, para que sus futuros hijos vayan al colegio con las mejores garantías posibles, para que las subvenciones que reciben las empresas de telecomunicaciones inviertan en que las conexiones de sus wifis sean cada día mejores, o para que cuando cojan un coche puedan acercarse a esquiar a la sierra o para que puedan coger un avión y disfrutar de sus vacaciones en el paraíso de la conchinchina; que todo eso y muchísimo más (el futuro de sus pensiones, por ejemplo) es gracias a sus impuestos. Pero claro, vivimos en un país de envidiosos y chismosos que ondean sus banderas (no la rojigualda, ésa mejor para protestar por las calles y demostrar lo españoles que son) ensartadas en las astas del egoísmo. Peferimos quedarnos con el chisme de barrio, la leyenda urbana, y actuar en consecuencia, que argumentar con datos objetivos y razones simplemente porque queremos sacar algún provecho. Nada nuevo bajo el sol.

 
*según el informe «Impacto económico y social del cáncer en España», elaborado por la consultora Oliver Wyman para la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC).








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