Antes o después de lanzarse a leer esta propuesta, le recomendaría ver la pelicula
Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha, 2002). Si hay algo que nos enseña esta cinta es la dificultad y los muros que han tenido que derribar, y aun hoy siguen derribando, las mujeres en el deporte que se presupone masculino. Para mí, además, el fútbol siempre ha tenido un sentido filosófico e intelectual: es una metáfora de la propia vida, dijo Jean Paul Sartre. Lo ha matizado y reflexionado muchos sabios, a pesar de que lo han convertido en un holding orientado a hacer caja,
showbiz (como todo lo que genera dinero). Aun así, mueve sentimientos arraigados en lo más profundo que carecen de fundamentos racionales, solo el que comprende las reglas del juego puede entenderlo. Como la vida...
Sepamos de fútbol o no, hay que congratularse por la victoria de la selección española de fútbol femenino en el mundial. Ya tienen, como los masculinos, una estrella en el pecho. En cambio, han salido a flote algunos detalles a considerar. Sobre todo por el carácter integrador que un logro de este calibre tiene de repercusión en la sociedad, mal que les pese a algunos que les gustaría que quedasen para criar niños y fregar y, por otro lado, una cascada de desencuentros, prejuicios y actitudes añejas han caído como un velo para dejarnos ver el verdadero rostro de las cosas que nos quedan por afrontar. Y seré breve porque no merece la pena más que comentarlo de pasada y seguir disfrutando del mundial, sobre todo de las barreras que a buen seguro han logrado derribar las chicas y las puertas que han abierto de par en par.
En primer lugar, reseñar lo que significa que estas mujeres hayan ganado el torneo: ellos lo hicieron con todo a favor, con una cobertura mediática total, con dinero para pagarles mil homenajes hasta el infinito y más allá, y han necesitado más de un centenar de años con todas estas ventajas hasta lograrlo; ellas lo han hecho con apenas una cobertura mediática mínima o secundaria, sin apenas viruta, y han necesitado poco más de un par de décadas, incluyendo una huelga porque sus sueldos no estaban ni siquiera equiparados al de sus compañeras de otros países, no digamos ya al de los compañeros de aquí (que aún no lo están ni de lejos). Han tenido que luchar y trabajar con mucho más ahínco que ellos, que llaman presión a no cobrar los bonus de sus supercontratos porque las exigencias de las competiciones son extremas; y presión en realidad es la que padecen ellas, porque en muchos casos han tenido que compaginar trabajo y entrenamientos y partidos durante años para llevar un trozo de pan a casa...
Por otro lado nos hemos encontrado con una banda de hooligans incontrolados (los lobotomizados de siempre, zombis con ganas desgarrar a mordiscos cualquier carnaza que caiga a su alcance) que comparaba el logro femenino con el asunto Amaral (ya le conté todo lo que hay al respecto en un post anterior): «campeonas del mundo sin necesidad de enseñar las tetas». Está claro que necesitan lectura intensiva (Foucault, Umberto Eco y cosas así, porque si les decimos que lean los clásicos grecorromanos lo mismo les estalla la cabeza) y menos redes sociales y televisión. Y, peor aún, no podían faltar los señoros de turno con aspecto de marqués intelectual que juegan a ser ideólogos del neofascismo negacionista de la mujer, declamando y reclamando que se dice campeones y no campeonas, porque el que entrena es un hombre... La simple explicación ya denota un tufo y desparpajo bastardo a aspirar a sillón de la academia de la lengua. Cosa que no solo les queda grande, también grotesco; y a lo más que llegan es a recibir aplausos de los ultras y verse obligado a pagar multas por imperativo legal por generar odio en sus columnas.
Hay otra tanda de mamporreros aprovechados, esos que a poco que surge una Rigoberta o una Amaral cualquiera a quien apalizar al estilo Hipatia, con su cobardía mediocre tras la pantalla de su móvil y su cuenta falsa, ni siquiera pueden celebrarlo porque resulta que el equipo español es el más fiel reflejo de la sociedad española actual: inmigrantes, gitanas, chicas de barrio, lesbianas, catalanas... un conglomerado de todas esas culturas en general de las que se llenan la boca en declarar incompatibles con la cultura española, y que atentan contra la soberanía del estado. A título particular, no entiendo cómo al decir semejantes exabruptos no revientan descosidos en mil pedazos...
Una mención especial merece la prensa deportiva que ahora se sube al carro (con la boca pequeña), pero que hasta hace cuatro días (casi literalmente) el deporte femenino en general, y el fútbol en particular, merecen el vigésimo puesto en el escalafón de preferencias. Por poner un solo ejemplo, en uno de los diarios que cuenta con más lectores, los marcadores de los resultados femeninos de fútbol está a la cola de todos los demás, incluidos los del golf... que practican ellos, claro está; porque el resto de los deportes que practican ellas solo aparecen cuando se cuelgan alguna medalla o logran algún objetivo. Ahora toca subirse al barco porque hay viento a favor.
Y ni que decir tiene el tremendo charco en el que se ha metido el presidente de la federación, Luis Rubiales (voy a eludir mencionar nada de los tejemanejes que tuvo entre manos —más bien poco transparentes— para llevarse la Supercopa española a Arabia, sus escapaditas con amiguitas al otro lado del Atlántico, y el asunto de las quince que renunciaron a la selección y que ni siquiera investigó, porque todo esto da para un serial de los de HBO). Para los que piensan que es solo un piquito, y seguro sabe ya a lo que me refiero, decirles que no. El máximo representante del fútbol español no puede permitirse ese lujo de obligar a que una jugadora le de un piquito por mucha efusión que haya en el momento si ella no consiente ni quiere, como dejó patente y reconoció instantes después, y sobre todo desde su posición dominante y jerárquica que es un atenuante más que significativo de presión. ¿Acaso se pasó de rosca con los chicos que ganaron la Nations Ligue hace unos meses? Tampoco es de recibo masajearse la entrepierna en la celebración de la victoria en el palco de autoridades junto a S.M. la reina Leticia; un tipo de su posición y representando al máximo organismo del fútbol de su país no puede mostrarse al mundo como un hooligan grosero, maleducado y en las antípodas del respeto debido a las autoridades allí presentes, sobre todo a las del equipo contrario. Y no vale la excusa de «la emoción del momento», porque en cuanto el prototipo de hombre del siglo XX supo de las críticas que le caían por el beso de la discordia, ya más calmado y fuera de toda efusividad y emoción del momento, ni corto ni perezoso calificó a sus críticos de «idiotas, estúpidos, gilipollas y tontos del culo»; poco arrepentimiento veo ahí después del «calentón» de la euforia, me temo. Que se haya disculpado, no cambia nada; porque su disculpa fue más bien un condicionante «hacia quien se haya molestado», lo cual denota que ni sabe por qué ha de arrepentirse, ni siquiera creo que acepte que deba hacerlo. En tan solo unas horas de descontrol ha dejado patente que es un prototipo machista del siglo pasado. Lleva acumulando incendios desde los inicios de su mandato y en un país civilizado lo habrían dimitido de su cargo ya, pero está claro que en este país lo de dimitir es un nombre ruso y hay más miedo que vergüenza, o más machismo del que creemos desterrado (si no, tampoco se entiende tanto voto a la ultraderecha). Pero no se preocupe, que los mismos que justifican y disculpan a Motos en el Hormiguero, ya han salido a la palestra disculpando a Rubiales y en pleno directo a la voz de «los que se cabrean es porque no les ha dado un beso a ellos»... y de aquellos hormigueros estas consecuencias... Y es que aun después de dimitir, si al final lo hacen dimitir que es lo que se producirá (porque el ínclito sujeto no lo hará de motu proprio y si lo hace es porque lo han empujado a ello) el problema seguirá existiendo. No hay más que ver el titular de la prensa deportiva culpabilizando de su caída a quien sufrió la agresión.
Como anécdota, me gustaría recordarle también al ínclito presidente de la federación española de fútbol que no debería sacar tanto pecho de su gestión, porque hace unos meses, tan solo unos meses y por poner uno de los muchos ejemplos que puede encontrar en la hemeroteca, las jugadoras del F. C. Barcelona tuvieron que recoger y colgarse ellas mismas las medallas por su triunfo de la Supercopa española, medallas que las esperaban sobre una mesa cutre medio escondida en una banda del terreno de juego, en total ausencia de un protocolo digno que merecía la ocasión, y con el propio protagonista en la grada a sonrisa batiente como si la cosa no fuese con él. Menos sacar pecho y más y mejores tratamientos para el fútbol femenino, que por desgracia seguirá arrinconado en una esquinita donde no moleste en los diarios deportivos, que también, para no dejar en mal lugar a la federación, sacan pecho solo cuando ven que van a copar titulares que les van a reportar clics en sus webs, es decir, cash. En unas pocas semanas el fútbol femenino volverá a un vigésimo plano, ya lo verá, es cuestión de tiempo.
Esto no es todo lo que ha dado de sí el mundialazo que han conseguido las nuestras, (y no ha acabado, porque los ecos de este bombazo todavía tiene recorrido, para lo bueno y lo malo), todavía va a dar más que hablar porque lo han ganado ellas y de algún modo hay que ningunearlas, es la costumbre: se va a hablar más de las consecuencias que de la gesta en sí. Pero, al margen de todos los líos y carencias que aún tiene y seguirá teniendo el fútbol femenino, el trasfondo del asunto, y lo que realmente se está viendo y reivindicando, es que este logro se ha producido gracias a todas esas niñas que jugaban al fútbol a escondidas de sus padres; a todas esas que sufrían vejaciones, desprecios y groserías por intentarlo en esa época a la que algunos quieren devolvernos; a todas esas que sufrían (y sufren) desde la banda que las manden a fregar; a todas esas que tienen que escuchar comentarios del tipo «tortilleras» por el simple hecho de darle patadas a un balón; a todas esas que todavía juegan sin público en los campos de fútbol; a todas esas que rompen barreras de etnias, condición y raza para soñar con ser las parralluelos, las carmonas, las paredes o redondos de hoy...; a todas esas a las que ningunearon llamándolas «marimachos» en el colegio (incluidos profesores); a todas esas a las que decían «no sabes jugar porque corres como una niña»; a todas esas que tuvieron que sufrir a los profesores de educación física que las mandaban a hacer aerobic en vez de poder jugar al fútbol con sus compañeros de clase, que era lo que en realidad querían, porque los molestaban; a todas esas que nunca se rindieron y compaginaron (y siguen compaginando) trabajo, hogar y deporte para lograr lo que han logrado estas chicas: ser CAMPEONAS del mundo... todas ellas son CAMPEONAS DEL MUNDO... y gracias a ellas SOMOS CAMPEONAS DEL MUNDO. Qué tristeza produce que se hable hasta la saciedad de todo lo que ha dado de sí lo extradeportivo y apenas de este título conseguido por las chicas.
Como la vida misma... una metáfora más en detrimento del género femenino.
© Daniel Moscugat, 2023.
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